Nos enseña el Papa en su última encíclica: “Reaparece la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad”[4]
Para avanzar requerimos un cambio de mentalidad, pues nadie tiene toda la verdad, sino que hay diferentes perspectivas de una misma realidad, de un acontecimiento o un problema. En la verdadera escucha se da la riqueza y el perfeccionamiento de todo objetivo. Desde la altura del poder, la posición social o los preconceptos no se puede juzgar a nadie, los prejuicios destruyen toda posibilidad de encuentro.
En estos tiempos de tanta incertidumbre se necesita sensatez, humildad y voluntad para buscar soluciones. No es sano huir de los conflictos, o ignorarlos; hace falta aceptarlos y sufrirlos hasta el fondo, nunca esconderlos, siempre con el ideal de resolverlos, de lograr armonizar las diferencias. De dos cosas distintas se puede gestar y ojalá nazca una síntesis que nos supere y nos mejore a todos, aunque se tenga que renunciar a algo. Siempre hay que apuntar a algo superior donde se superen las tensiones violentas y los intereses cerrados.
Luchemos por la paz social, y fomentemos esa “cultura del encuentro”, “cultura” que significa, precisamente, aquello que se adentra en las entrañas del pueblo, que es más que una idea o un acuerdo. Ésta implica “pasión” que se combina con deseo, entusiasmo y, finalmente, se asume como un estilo de vida. Significa que, como hermanos, nos apasiona el objetivo de encontrarnos, de buscar puntos de contacto, de tender puentes, de proyectar anhelos que nos incluya a todos. El pueblo es el sujeto de esta cultura, no una elite que busca una pacificación aparente con recursos profesionales y mediáticos.
Para lograrlo se necesita mucho empeño de parte de todos, cuesta, porque lo más fácil sería limitar las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Esa paz sería superficial y frágil. Integrar es mucho más difícil y lento, pero es la garantía de una paz real y sólida. Pongamos atención a esto que nos dice Francisco: “Aun las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse”[5]. Pretender aniquilar a algunos es intentar negar parte de la realidad, y en el fondo es un idealismo ingenuo y parcial.
Que siendo dóciles a la acción del Espíritu, que es comunión, podamos construir una Nación más unida y fraterna.
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[1] Jn. 1, 14
[2] Gaudium et spes, 22
[3] Cfr. Homilía 13 de setiembre 2016, Capilla Casa Santa Marta.
[4] Papa Francico, Fatelli Tutti, 27
[5] Francisco, Evangelium Gaudium 236