Fieles a Cristo, debemos contribuir valientemente a la implantación de la paz en este mundo, empezando por nuestros propios corazones: “Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia…Dejen que la paz de Dios reine en su corazón" (Col 3, 12.15). Cuando se acoge a Jesucristo se vive la experiencia de un don inmenso y nos lleva a compartir la vida misma de Dios, es decir, la vida de la gracia. En particular, Jesucristo nos da la verdadera paz que nace del encuentro confiado del hombre con Dios.
Si nuestra vida se consume por la discordia, la enemistad y el desacuerdo que nos alejan de este camino que Jesús nos señala, flaco favor hacemos a la causa de la paz.
La promoción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia, será siempre la forma más eficaz de sembrar y construir la paz y esta es una tarea común a todos los actores sociales, incluyendo a la Iglesia, pues implica educar a la gente para que sea más tolerante y respetuosa, más abierta a la negociación pacífica para resolver sus diferencias sin violencia o amenazas.
Esto también implica, asimismo, abrazar el diálogo y la escucha, incluir respetuosamente a todas las personas en el debate político para promover la justicia y el respeto de los derechos humanos y de la dignidad humana.
En nuestro contexto social la construcción de paz depende, en gran medida, del reconocimiento de que somos una sola familia humana, en las que las propias necesidades y las del prójimo, son válidas. “La paz es principalmente la realización del bien común de las diversas sociedades... Precisamente, por esta razón se puede afirmar que las vías para construir el bien común son también las vías a seguir para obtener la paz.”[3]
Promover el bien de todos, fomentando la inclusión de los grupos sociales, especialmente, aquellos que se encuentran en abierta desventaja, es lograr el objetivo de contribuir al desarrollo de una comunidad sana, feliz y pacífica.
Que la paz de Cristo reine en nuestras vidas y nos infunda el anhelo de sembrar su paz en el mundo, desterrando la soberbia, el odio y la indiferencia, y asumiendo como Cristo, un modelo de vida que haga sentir a los otros bienvenidos, respetados y amados.
[1] De civ. Dei, 1, XIX,
[2] Juan Pablo II, Mensaje Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1982
[3] Benedicto XVI, Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero del 2013