No es ni remotamente inocuo querer eliminar la presencia de valores cristianos o recomendar un abierto sincretismo religioso en contra de las confesiones cristianas, en particular, de la Iglesia Católica. Han quedado manifiestos los intereses y pretensiones particulares de estos grupos que, valiéndose incluso de muchos medios e instituciones, tienen impacto en la vida pública.
Por este motivo, es justo señalar que la enseñanza religiosa, a la luz de la normativa vigente, constituye un fin y un pilar de importancia dentro del sistema educativo costarricense. En realidad, dicha enseñanza promueve el desarrollo integral de la persona y sus valores éticos, estéticos y religiosos, además de capacitar la apreciación, interpretación y creación de la belleza. Pero, sobre todo, la educación religiosa cultiva los sentimientos espirituales y morales; fomentando la práctica de las buenas costumbres según las bases cristianas sobre las que se ha construido nuestra identidad como Nación.
Un acercamiento simplista a esta cuestión pasa por alto que todo sistema educativo que sea considerado de verdad integral no puede obviar la dimensión religiosa y espiritual de la persona. La educación en general, como ha quedado plasmada en el pensamiento del Papa Francisco, es a imitación de Jesús, nuestro Maestro: “enseñar a vivir bien”; es decir, enseñar a cómo realizar una existencia que tenga un sentido profundo, que dé entusiasmo, alegría y esperanza, esto es un nuevo estilo de vivir en el que se viva el amor y del amor, la confianza, la gratuidad y la alegría de la vida”[1].
Por tanto, la dimensión religiosa de los niños y jóvenes no es un simple anexo, sino que forma parte de la persona, ya desde la infancia; es apertura fundamental a los demás y al misterio que preside toda relación y todo encuentro entre los seres humanos. La dimensión religiosa humaniza en verdad a toda persona.
Otro aspecto, no menos importante, es la defensa de un derecho, en este caso, en cuyo ejercicio y garantía confluyen por una parte, las competencias del Estado y las administraciones públicas, con el sistema de enseñanza; los derechos y deberes de que son titulares los padres en virtud de las relaciones paterno-filiales y el derecho a la libertad religiosa; y, por último, los derechos a la educación y a la libertad religiosa y de creencias.
Nunca podemos ignorar el derecho de los padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones, violentado últimamente por el adoctrinamiento ideológico respecto a la familia, la persona y la identidad sexual de los gobiernos, que proponen un modelo de ética ajeno a la voluntad del pueblo.[2]
Animo a los docentes en educación religiosa a mantener siempre sus ideales con el convencimiento de que la enseñanza religiosa católica favorece la reflexión sobre el sentido profundo de la existencia, ayudando a encontrar, más allá de los múltiples conocimientos, una articulación extraordinaria porque esa enseñanza pone en el centro a la persona humana y su inviolable dignidad, dejándose iluminar por la experiencia única de Jesús de Nazaret.
[1] Papa Francisco, Mensaje a los estudiantes de las escuelas de Jesuitas en Italia y Albania, de junio de 2013.
[2] Cfr. Declaración Universal de Derechos Humanos art. 26; Convención Americana de Derechos Humanos, art. 12, 4.