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Laudate Deum: el mundo se desmorona

By Redacción Octubre 23, 2023

Tras ocho años de la publicación de Laudato si’, la encíclica del Papa Francisco sobre Ecología Integral y el cuidado de la Casa Común, este 4 de octubre, en la fiesta de San Francisco de Asís, se lanzó su nueva exhortación apostólica Laudate Deum (Alaben a Dios), sobre la crisis climática actual.

Se trata de una necesaria llamada de atención del Pontífice pues, “con el paso del tiempo advierto que no tenemos reacciones suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre” (LD, 2).

Más allá de esta posibilidad, advierte el Papa, es indudable que el impacto del cambio climático perjudicará de modo creciente las vidas y las familias de muchas personas: “Sentiremos sus efectos en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas, etc.”.

Se trata, en efecto, de un problema social global íntimamente relacionado con la dignidad de la vida humana, es decir, no se trata de una mirada ideológica desvinculada de la realidad de las personas, por el contrario, el cambio climático es uno de los principales desafíos a los que se enfrentan la sociedad y la comunidad mundial, especialmente por su efecto entre los grupos más vulnerables, los pobres y quienes viven al margen del desarrollo.

Se trata de una posición firme y muy bien fundamentada, en la que se nota que intervinieron muchos expertos en la materia. Entre las consideraciones concretas está por ejemplo que cada vez que aumente la temperatura global en 0,5 grados centígrados, aumentarán también la intensidad y la frecuencia de grandes lluvias y aluviones en algunas zonas, sequías severas en otras, calores extremos en ciertas regiones y grandes nevadas en otras.

Igualmente, el Papa se planta frente a quienes se burlan o restan importancia a estas graves alteraciones climáticas, respondiendo a cada uno de sus alegatos, nuevamente, con ciencia y datos. Es esta, pues una exhortación que valora la ciencia y la reposiciona dentro de una relación armónica con la fe y el magisterio social de la Iglesia.

“Con la pretensión de simplificar la realidad, no faltan quienes responsabilizan a los pobres porque tienen muchos hijos y hasta pretenden resolverlo mutilando a las mujeres de países menos desarrollados. Como siempre, pareciera que la culpa es de los pobres. Pero la realidad es que un bajo porcentaje más rico del planeta contamina más que el 50% más pobre de toda la población mundial, y que la emisión per cápita de los países más ricos es muchas veces mayor que la de los más pobres” (LD, 9).

Pero el fuerte de la exhortación viene más adelante, cuando Francisco denuncia la debilidad de la política internacional para poner un freno a la crisis ambiental: “El mundo se vuelve tan multipolar y a la vez tan complejo que se requiere un marco diferente de cooperación efectiva. No basta pensar en los equilibrios de poder sino también en la necesidad de dar respuesta a los nuevos desafíos y de reaccionar con mecanismos globales ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales, especialmente para consolidar el respeto a los derechos humanos más elementales, a los derechos sociales y al cuidado de la casa común. Se trata de establecer reglas globales y eficientes que permitan “asegurar” esta tutela mundial” (LD, 42).

Incluso cita los problemas con nombre y apellido, cuando constata por ejemplo que “las emisiones per cápita en Estados Unidos son alrededor del doble de las de un habitante de China y cerca de siete veces más respecto a la media de los países más pobres”, frente lo cual “podemos afirmar que un cambio generalizado en el estilo de vida irresponsable ligado al modelo occidental tendría un impacto significativo a largo plazo”. (LD, 72)

Finalmente, con realismo, el Papa sigue el camino de las conferencias sobre el clima, sus avances y fracasos para centrarse en la próxima COP28 de Dubai, en la cual deben de darse pasos sustanciales y cambios concretos para evitar consecuencias “que serían desastrosas” o tomarse medidas de modo precipitado, “con costos enormes y con gravísimas e intolerables consecuencias económicas y sociales”.

Como se desprende, esta exhortación dará de qué hablar por mucho tiempo, pero como creyentes no podemos separarla de la conciencia de que Dios ha unido a todas sus criaturas, lo cual nos debe llevar a reconocer que la vida humana es incomprensible e insostenible sin ellas, porque “todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (LD, 67).

 

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