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La paz: don divino y tarea humana

By Redacción Junio 14, 2023

Hace 60 años, la humanidad estaba al borde de la autodestrucción. La crisis de los misiles soviéticos en Cuba, apuntando directamente hacia la Casa Blanca, agudizaron las ya extremas tensiones que habían nacido años antes con la construcción del Muro de Berlín, que literalmente, dividió el mundo en dos.

Las amenazas mutuas entre los ejes capitalistas y comunistas de aquella época hicieron que en la opinión pública se percibiera el riesgo de un inminente conflicto nuclear de proporciones sin precedentes.

En este contexto, el Papa Juan XXIII, dejándose guiar ante todo por su marcada sensibilidad pastoral, con tono sereno y tranquilo, desprovisto de polémicas y condenas -sin faltar a su “deber de educar y corregir, de acompañar con respeto y responsabilidad” y dirigiéndose a los fieles pero también “a todos los hombres y mujeres de buena voluntad”- reafirmó “la importancia de promover y afirmar los derechos humanos”, el destino universal de los bienes, la cooperación internacional, pero también “la urgente necesidad de converger en la decisión común de todos los gobernantes y líderes mundiales de avanzar, sin demora, hacia el desarme total de los medios de destrucción masiva”.

Aquel histórico llamado a la conciencia, tan actual y lamentablemente tan desatendido, es lo que conocemos como la Encíclica Pacem in terris (11 de abril de 1963).

En ese momento de la historia, con las poblaciones marcadas por las guerras y el mundo agobiado por la oposición entre ideologías totalitarias desastrosas para los derechos de la persona y de los pueblos, el anhelo de paz constituía -como ahora- un “signo de los tiempos”.

Es el punto de partida de la encíclica: La paz es necesaria para que la humanidad pueda crecer y prosperar en la plenitud de la vida, una paz que no puede ser ni una serie de compromisos ni un acuerdo entre países, porque la paz “es una de las condiciones indispensables para que la vida de cada hombre pueda encontrar su plena realización en el respeto de su dignidad fundamental”. Juan XXIII entonces se refería a los criterios que hacen posible la paz: verdad, justicia, amor, y libertad “para que resplandezca la vida individual y colectiva”.

En su primer encuentro con los discípulos, el resucitado, dos veces, les ofrece el don de la paz. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:26–27), les diría también.

Cuando miramos el ámbito internacional, con los conflictos bélicos entre naciones, parece que no hay muchas razones para sentir paz. Lo mismo ocurre en el ámbito personal, familiar o social. Las estadísticas nos dicen que los costarricenses vivimos una emergencia de inseguridad sin precedentes, fruto de la violencia armada, los homicidios, asaltos y robos, al espeluznante ritmo de una persona asesinada cada 12 horas, y con casos tan lamentables como el de la pequeña Keibril, que nos duele en el corazón.

Todos deseamos la paz, esa paz que es un don de Dios pero también una tarea humana, pero una y otra vez se nos escapa entre las manos. Frente a las circunstancias podemos sentirnos deprimidos, pero es importante notar que el momento en que el Señor prometió a sus discípulos la paz no era el mejor. Él mismo iba a morir en unas horas clavado en una cruz, y sus discípulos quedarían solos, desconcertados, abatidos, y muy probablemente, temiendo por sus propias vidas. ¿Cómo podía el Señor hablarles de paz cuando una vez más ésta iba a ser socavada y destruida? ¿En qué consiste entonces la verdadera paz?

Para muchos la paz podría ser descrita como la ausencia de problemas, la liberación de las presiones, tener abundancia, disfrutar de comodidad y tranquilidad…

¿Era a este tipo de paz a la que el Señor se refería? Parece evidente que no. El Señor hablaba de una paz compatible con los tiempos de tormenta. Esa paz excepcional, sobrenatural, capaz de prevalecer en medio de los grandes problemas de la vida, porque se fundamenta en la relación que cada persona tiene con Dios y que se hace realidad en su relación con los demás. Es la paz que realmente necesitamos hoy, la única capaz de vencer el mal con el bien.

Es una paz basada en el conocimiento íntimo de Dios, un Dios omnipotente que está en el control de todas las cosas, un Dios sabio que nos ama y cuida en cada instante de nuestras vidas. Sólo la fe que descansa en un Dios así puede producir una paz que está por encima de todas las circunstancias adversas de la vida.

Pidamos pues, el don de la Paz y trabajemos por la paz, comenzando en nuestro propio corazón. Es el primer paso en la edificación de relaciones sociales nuevas, sanas y fraternas.

Este mes es una oportunidad excepcional para pedir la intercesión de la Reina de la Paz, la Virgen Santísima, a fin de que realmente seamos instrumentos de verdad, justicia, amor y libertad en medio del mundo, fundamentos, hoy como ayer de la verdadera y auténtica paz.

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