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Editorial: La herencia espiritual de Juan Pablo II

By Redacción Abril 13, 2023

A 40 años de su visita al país, el recuerdo del Papa Juan Pablo II entre nosotros no deja indiferente a nadie, especialmente quienes vivieron en primera persona el día a día de aquel viaje histórico a tierras centroamericanas.

La edición especial impresa de marzo recogió algunas de esas historias. Sin duda, la visita del Papa Santo es uno de los momentos de mayor gracia espiritual que ha vivido Costa Rica.

Sin embargo, el recuerdo no puede quedarse solo en las imágenes y los sentimientos. Aquella visita tuvo un fin apostólico, evangelizador, y claramente dirigido a afianzar la paz en los pueblos de la región, heridos por guerras internas, la crisis económica y la corrupción política.

Aún duele ver las imágenes del paso del Santo Padre por la Nicaragua sandinista de Daniel Ortega, abucheado e interrumpido del modo más vulgar e insolente durante la Misa que celebró en ese país, mismo que hoy, con el mismo dictador al frente y con la misma ideología marxista que lo anima, intensifica la persecución anticatólica expulsando del país, expatriando y condenando a la cárcel a religiosos y religiosas, laicos y laicas fieles a su fe.

En cambio, el recuerdo de la estancia del Papa en Costa Rica remite a sus mensajes, especialmente el que, con toda su capacidad comunicativa, dirigió a los jóvenes, la noche del 3 de marzo de 1983, con su programático Sí y No, con los que invitó a los presentes a hacer de su vida una ofrenda a Dios optando siempre en libertad por el bien y la verdad.

Menos citado, pero no por eso menos importante, es el mensaje que el Papa dio ese mismo día más temprano en la Misa Solemne en el antiguo Estadio Nacional, en la que explicó que venía a Costa Rica “a alentar el amor a Cristo y a la Iglesia”.

Su relectura, disponible en Internet, bien vendría en este momento, en el que se impone con urgencia la capacidad de discernir para no desistir de ese amor que nos pregonó el Papa.

“Si Jesucristo amó, pues, a la Iglesia hasta morir por ella, esto significa que ella es digna de ser amada también por nosotros”, comenzó a explicar aquel día.

Sin embargo -reconoció- “algunos cristianos miran a veces a la Iglesia como si estuvieran fuera, al margen de ella. La critican como si nada tuvieran que ver con ella. Toman distancias de la Iglesia, como si la relación de ella con Jesucristo, su Fundador, fuera accidental y ella hubiera surgido como mera consecuencia ocasional de su vida y de su muerte; como si El no estuviera vivo en la Iglesia, en su enseñanza y en su acción sacramental; como si ella no fuera el misterio mismo de Cristo confiado a los hombres”. A otros, agregó, “la Iglesia les resulta indiferente, ajena. En cambio, para los cristianos conscientes, que saben “de qué espíritu son” (cf. Lc 9, 55), la Iglesia es Madre”.

“Sí, queridos hermanos”, insistió el Santo Padre: “la Iglesia es vuestra madre; es la madre de todos los cristianos. Ella nos ha engendrado a la vida eterna por el bautismo, sacramento del nuevo nacimiento (cf. Gv 3, 5). Nos ha llevado a la madurez de los hijos de Dios en el sacramento de la confirmación. Nos alimenta constantemente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, cuando celebra el misterio de la muerte y resurrección del Señor. Ella, por el sacramento de la penitencia, nos reconcilia con el Padre y consigo misma, en virtud de la reconciliación operada por Cristo en su muerte (cf. 2 Cor 5, 19)”. 

“Esta Iglesia, con su doctrina y ejemplo, el de sus santos y maestros, nos exhorta a ocuparnos no sólo de las cosas del espíritu, sino también de las realidades de este mundo y de la sociedad humana de la que somos parte. Nos exhorta a comprometernos en la eliminación de la injusticia, a trabajar por la paz y superación del odio y la violencia, a promover la dignidad del hombre, a sentirnos responsables de los pobres, de los enfermos, de los marginados y oprimidos, de los refugiados, exiliados y desplazados, así como de tantos otros a los que debe llegar nuestra solidaridad”, concluyó el Papa.

Tales convicciones, hechas catequesis, son la mejor herencia espiritual del Papa San Juan Pablo II para los costarricenses, una herencia que nos invita a no pensar que somos destinatarios pasivos de la evangelización, sino, por el contrario, activos protagonistas de su desarrollo y extensión. Como miembros vivos que somos del Cuerpo de Cristo, todos tenemos que ofrecer nuestro aporte al crecimiento de ese Cuerpo.

En una palabra, y siguiendo el mensaje del Papa: “construimos la Iglesia, cuando nos esforzamos por ser santos; por cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios, para que ella, aun compuesta por hombres pecadores, sea cada vez más fiel a su vocación de santidad. Esta es la mejor prueba de nuestro amor a la Iglesia”.

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