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San Daniel Comboni: 190 años de su nacimiento

By P. Damián Bruyel - Misionero Comboniano Mayo 12, 2021

¿Quién fue este hombre que vivió y se entregó apasionadamente tan sólo para África, en una época en que a las potencias europeas solo les interesaba vivir de África, explotándola lo más posible? Daniel Comboni había nacido el 15 de marzo de 1831 en Limone, un pequeño pueblo, casi desconocido e insignificante, a la orilla del lago Garda, al norte de Italia. Sus padres, Luis y Dominga, que eran muy pobres, vivían y trabajaban en una gran finca de un rico magistrado, y tuvieron ocho hijos. Daniel fue el tercero de ellos, y en poco tiempo solo él sobreviviría a sus hermanos; algunos murieron casi recién nacidos o en muy tierna edad, y el hermano mayor murió a los veintiún años. Cuando, años más tarde, Daniel envía una foto suya a sus padres desde la misión, su madre, llena de lágrimas, la muestra a todos sus vecinos y exclama: “De ocho hijos que el Señor me dio, solo me ha quedado uno, ¡y este de papel!”. 

Cuando Daniel terminó en Limone los estudios elementales, los parientes y amigos dijeron a sus padres: “Es muy inteligente; déjenlo que siga estudiando”. Pero dónde, porque ellos eran muy pobres para poder pagar los estudios del chico, y, además, enviarlo fuera de casa en tan corta edad suponía la separación amarga, sobre todo para su madre, del único hijo que le quedaba. Al final, sus padres decidieron mandarlo al Seminario diocesano de Verona, pero después de un año, como no podían seguir costeando aquellos estudios, Daniel tiene que abandonar el Seminario, pero providencialmente ingresa al año siguiente en un colegio, también de Verona, fundado para niños pobres, que destacaban por su inteligencia y cualidades humanas y espirituales.

El fundador de esta institución es un santo sacerdote, muy conocido en el ambiente, llamado don Nicolás Mazza, hoy en proceso de canonización, el cual recibe con los brazos abiertos al joven Daniel. Años después, Comboni escribirá que lo que se proponía este santo sacerdote era, en efecto, acoger a “jóvenes de gran talento y moralidad probada, con el fin de formar sacerdotes hábiles para el servicio de la Iglesia y hombres capaces para la sociedad humana”. Don Mazza, pues, acogía a niños y jóvenes de grandes talentos: serían sacerdotes los que quisieran, y si no, los ayudaría a realizarse de acuerdo con sus inclinaciones. Sacerdotes hábiles y hombres capaces, todos movidos por una gran profesionalidad. Así los quería don Nicolás Mazza.

Este santo varón soñaba también con las misiones, y estaba siempre dispuesto a enviar misioneros a África. Además, también acogía en sus colegios a niños y niñas africanos para educarlos y, una vez preparados, enviarlos luego a su tierra para ser también ellos “hábiles y capaces”. En el Instituto y en los Colegios por él fundados se respiraba, pues, un gran espíritu misionero. También el joven Daniel, que desde muy temprana edad ya quería ser sacerdote, poco a poco va empapándose de este espíritu.

 

La vocación misionera

 

Este espíritu misionero creció aún más leyendo Las Victorias de los Mártires, una historia de los mártires de Japón escrita por san Alfonso Mª de Ligorio. Quedó profundamente impresionado por estos testimonios de fe viva, teñida con la sangre del martirio, tanto es así que desde entonces decide ser misionero y está dispuesto, incluso, a ir a Japón para derramar su sangre, también él, por Cristo y por aquella Iglesia perseguida de Japón. Martirio, pues, más que predicar el Evangelio a aquellas gentes… San Alfonso Mª de Ligorio escribió estos sucesos de Japón con un estilo muy popular, teniendo una gran difusión en los Seminarios e Institutos religiosos de la época. Daniel Comboni tenía entonces quince años.

San Francisco Javier evangelizó Japón durante dos años y tres meses, desde agosto de 1549 a 1552. En 1597, 45 después de la muerte de Francisco Javier, 9 misioneros europeos y 17 cristianos japoneses murieron crucificados en Nagasaki, Japón. En los treinta años siguientes fueron martirizados otros 205, entre sacerdotes y laicos; la mayoría de ellos fueron quemados vivos, también en Nagasaki. Las páginas, pues, llenas de fervor apostólico de san Alfonso avivaron aún más el amor a la misión del joven Comboni. Quedó tan influenciado por la biografía martirial, que años después, siendo ya fundador de dos Institutos misioneros, pedirá a todo el que quiera entrar en sus Institutos el estar dispuestos a cargar con la cruz y al martirio por la causa misionera: “El verdadero apóstol no debe  tener miedo a ninguna dificultad, ni siquiera a la muerte. La Cruz y el martirio son su triunfo. La Iglesia Católica está fundada sobre la sangre de los mártires, y es por los mártires por lo que las misiones prosperan”.

Pero la visita providencial de un misionero al colegio de don Nicolás Mazza en enero de 1849 vendría a cambiar los sueños de martirio en Japón del joven Comboni por la causa africana. Don Ángel Vinco, el primer misionero mazziano enviado a África, concretamente a Sudán, se había visto obligado, tres años después, a regresar a Verona para recuperarse de sus fuerzas, después de toda una serie de enfermedades, muertes a su alrededor y muchas otras fatigas heroicas. Este misionero murió poco después en Sudán con tan solo 34 años.

El entusiasmo que suscitó don Ángel Vinco en los alumnos del colegio de don Mazza, sobre todo en Daniel Comboni, fue algo inolvidable. El fuego de sus palabras encendió definitivamente la vocación misionera africana del joven Daniel. La misión de Sudán le cautivó por completo. En 1877 Comboni escribiría que esta misión era en realidad “la más difícil, la más laboriosa y la menos conocida del mundo”.

 

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