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“He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”

By Mons. Bartolomé Buigues Oller, TC / Obispo de Alajuela Mayo 07, 2021

El núcleo fundamental del Evangelio es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Él. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. (EG 1 y 36). Esa es la gran verdad que celebramos en la pascua y que nos llena de alegría.

Como bautizados, alcanzados por la Vida de Cristo, estamos llamados a comprometernos con Él para que todos tengan vida y la tengan en abundancia:

Cuidando, acogiendo, promoviendo la vida y la dignidad humana. La pandemia nos ha hecho descubrir, más si cabe, nuestra debilidad y fragilidad. Y, por lo tanto, también, nuestra responsabilidad en cuidar la vida, cuidarnos personalmente y cuidar a los demás. Cuidar la vida biológica y la salud mental, tan afectada en este ambiente de pandemia. Velar por nuestra calidad de vida procurando mejores condiciones para todos en acceso a la salud, educación y otros servicios básicos.   

Nuestra población está decreciendo y envejeciendo notablemente por la baja tasa de natalidad y desciende también el número de matrimonios. Las familias atraviesan fuertes dificultades económicas por el alto desempleo y la carestía de la vida. Generemos procesos para un cambio de mentalidad que aumente la estima de la vida y favorezca la generosidad de las parejas en la apertura a ella. Políticas que dignifiquen y promuevan, con distintas ayudas, la natalidad, que favorezcan la unión y la cohesión familiar, puesto que las familias son el santuario de la vida.

 

Generando comunión, encuentro, solidaridad. La vida se disfruta, se expande, se acrecienta en el encuentro con los demás, mientras que se agota en el egoísmo. Junto a los otros, nos reconocemos vivos con todo nuestro potencial, que se multiplica en la generosidad del compartir, en la solidaridad de reconocernos, apoyarnos, ayudarnos a vivir más plenamente. Nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. La vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad (Ft 87).

La única amenaza en la pandemia no ha sido la biológica por el virus, sino también el aislamiento, la distancia afectiva que ha llegado incluso a enfermarnos. El egocentrismo que encierra en la salvaguarda de intereses grupales está dilatando la respuesta a las grandes desigualdades que agrandan las brechas sociales y limitan la vida de tantos pobres. Venzamos las manifestaciones de discriminación y exclusión, los mecanismos de corrupción…

 

Hermanándose con la Casa Común. Es la que nos acoge y cobija, la que hace posible la vida. Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba…  Así la concebía San Francisco en su cántico a las creaturas, como hermana, como madre, que nos provee de todo para una vida digna. Expresemos un fuerte compromiso por la ecología integral, ambiental y social, eduquemos para la alianza entre la humanidad y el ambiente, apostemos por otro estilo de vida, como nos ha dicho el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si. ¡Cuánto tenemos que cuidar la casa común de la contaminación, la degradación ambiental, el cuidado por el agua y otros elementos esenciales impidiendo su privatización…  y que sea así el ámbito donde todos gocemos de las mejores condiciones para la vida!

 

Evangelizando para descubrir y abrirse a la vida nueva en Cristo. La marca de nuestro ser a imagen y semejanza de Dios es una sed, una aspiración, un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor (Fratelli tutti 55). Aspiramos, nada más y nada menos, a tener la Vida de Dios en nosotros, la Vida nueva que viene de la resurrección de Cristo y, se accede a ella por la fe. Por ello, el mejor servicio que podemos hacer a la vida es evangelizar, anunciar el Evangelio de la vida, acompañar en la apertura a Cristo y la disposición al don de su Vida. Venzamos el ambiente secularizador que nos va haciendo extraños a las cosas de Dios y dificulta nuestra respuesta creyente, la que más favorece la dignificación de la persona.

Dios quiera que esta Semana Santa nos haya servido para acompasar nuestro paso con el del Nazareno, que entrega su vida, que se arrodilla ante los que sufren y que se ofrece en sacrificio para resucitar y regalarnos vida abundante. Somos enviados a proclamar la Buena Noticia de Cristo Resucitado. Comienza de este modo otra “procesión”, que, tomando sus fuerzas en el encuentro con el Señor y la experiencia de comunidad, sale al mundo todos los días llevando a Dios consigo. Una procesión que va por dentro y que tiene sentido solo si nos compromete con aquellos que en estos días son incapaces de llevar a cuestas el madero de la enfermedad, del duelo, de la ausencia del trabajo, de la violencia…  para ser Pascua en la vida de los demás. 

Que la Vida abundante que viene de la Resurrección de Cristo, por el Espíritu, nos alcance a todos y se acreciente con nuestra colaboración en la acción del Dios de la Vida. Nuestra Madre María, siempre abierta a la vida de Jesús y a la familia con José, desde el Pilar, intercede por nosotros. 

 

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