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“Devolverán la salud a los enfermos” (Mc 16, 18)

By Mons. Vittorino Girardi S. / Obispo emérito de Tilarán-Liberia Abril 19, 2021

San Mateo después de recordar una intensa jornada de trabajo misionero de Jesús, añade: “venida la tarde, le presentaron multitud de endemoniados y con una sola palabra arrojó a los malos espíritus y devolvió la salud a todos los enfermos”. Y comenta: “Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías, cuando dijo: “Tomó él nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 16-17).

Todo envío misionero siempre ha implicado el envío a curar y sanar a enfermos. Jesús, después de haber escogido a los doce Apóstoles, y los envía por primera vez a predicar, les dice: “vayan y prediquen anunciando que se acerca el Reino de los Cielos. Curen a los enfermos” (Mt 10, 7-8).

De su parte el Evangelista San Lucas hace pensar que el “devolver la salud a los enfermos” que los Apóstoles encontraban en la casa en que eran acogidos, era un modo de agradecer y casi de retribuir la hospitalidad (cfr. Lc 10, 9).

“Las señales y los prodigios” que acompañaban el anuncio del Evangelio después de Pentecostés, consistían casi exclusivamente en devolver la salud a los enfermos, y de un modo aún más extraordinario que el de Jesús, quien nunca había curado con el simple paso de su sombra sobre los enfermos. “Hasta sacaban a la calle los enfermos en lechos y camillas -leemos en el libro de los Hechos- para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a algunos de ellos […] y todos recobraban la salud” (Hch 5, 15-16).

Desde entonces, hasta nuestros días, la conexión entre el compromiso misionero y la preocupación por la salud y el bienestar de los evangelizados ha seguido siendo imprescindible.

Un hecho que salta a la vista ha sido el gesto heroico de San Francisco de Asís que abraza al leproso y que desde ese momento reorienta su entera existencia a vivir radicalmente el Evangelio y a predicarlo. Por todos es conocido el luminoso ejemplo de Santa Teresa de Calcuta que quiso que sus hermanas dedicadas a los últimos entre los últimos, se llamaran Misioneras de la Caridad.

 

Heroísmo misionero

 

En 1971, aún me encontraba en España, y para que pudiera seguir trabajando en la formación de los seminaristas combonianos, mi P. Provincial, padre Enrique Faré, pensó en “enriquecerme con una experiencia misionera”, aunque breve. Y así, me envió a Uganda y de allá a Burundi, por unos cuatro meses… Casi nada, pero tuve el tiempo suficiente y la oportunidad para ver de cerca mucho del trabajo y de las expresiones de verdadero heroísmo de misioneros y misioneras.

Mi primera etapa fue Gulu, en el norte de Uganda, y actualmente sede de una de las Arquidiócesis de aquel País, un día llamado la “Perla de África”.

A los pocos días de mi llegada, un misionero me acompañó a visitar el hospital de Lachor, a muy poca distancia de la Catedral. Todo me impresionó: el equipo de médicos y de enfermeras bajo la dirección del Dr. Corti, colaborando con él su esposa; igualmente llamaron mi atención el modo y el sentido de dignidad con que los enfermos eran acogidos y tratados. Sin embargo, pronto mi sorpresa aumentó cuando me informaron que el hospital de Lachor hacía parte de una verdadera cadena de hospitales y de centros de salud, en el Norte de Uganda, y que todos eran considerados y lo eran de hecho, como “Obras de la Iglesia católica”.

De entre ellos, el más nombrado era el hospital de Kalongo, un poco más al norte de Gulu, cuyo director general era el padre y doctor José Ambrosoli quien moriría a los sesenta y tres años, en 1987 y que el Papa Francisco ya ha declarado Beato. Hay que recordar, que cuando en aquellos años, el general y presidente de Uganda, Idi Amín tuvo necesidad de hospitalización, el hospital de prestigio que él prefirió, fue precisamente el de Kalongo.

En ese mismo hospital, el padre Ambrosoli había organizado y sostenido una escuela de enfermeras y de obstetras que llegó a ser la más apreciada en toda Uganda.

Tuve la posibilidad de visitar también el hospital de Kitgum, siempre en el territorio de la Arquidiócesis de Gulu, confiado a un equipo de jóvenes y muy responsables médicos, miembros del movimiento de Comunión y Liberación, quienes habían ido misioneros a Uganda con sus esposas e hijos pequeños.

Sin embargo, de todos los Hospitales y Centros de Salud de la Iglesia que visité durante aquel breve período de experiencia misionera, el que literalmente, más me impactó, fue el
Centro de Maternidad Alivvang, en la diócesis de Lira. En una estructura digna, limpia, pero de extrema sencillez se encontraban hospedadas numerosas jóvenes madres que se encontraban en su último período de embarazo. Cuando me dijeron el número de niños que nacían en ese centro, cada semana, me preguntaba cómo eso podía ser posible y quién se encargaría de tanta necesaria asistencia y de tantos niños. Para satisfacer mi curiosidad me presentaron a la Hermana Comboniana directora de aquella maternidad y quien con extrema naturalidad, me dijo que ella no era doctora pero que tenía una larga experiencia con enfermos de todo tipo. Casi desafiándola me atreví a preguntarle entonces, cómo podía adivinar posibles enfermedades, y concretamente si podía acertar de qué sufría yo… Me observó un poco, y luego, con la misma sencillez que la caracterizaba, pero a la vez con seguridad, me dijo: “usted de lo que sufre, es de los riñones”. Sabía que tenía que reconocer que ella tenía toda la razón.

Tampoco puedo olvidar la entrega y la alegría de que me dieron testimonio otras Hermanas misioneras que atendían a las leproserías, dentro de ella la de Alito, siempre en la diócesis de Lira de que ya había oído hablar, pero también de otras leproserías, aunque menos nombradas

 

Iglesia samaritana

 

Son recuerdos que me traen a la memoria otros, aunque se refieran a hechos más lejanos. Había leído que San Camilo de Lelis (1550-1614), presbítero, un día acogió a un anciano pobre y enfermo, lo acomodó sobre una silla, e inclinándose le lavó los pies y le medicó las heridas… Cuando levantó la mirada, vio que el rostro de aquel anciano se había transformado en el rostro de Cristo. Sin embargo, San Camilo de Lelis, bien sabía que, aunque Cristo no le hubiese correspondido a sus cuidados con el regalo de ese milagro, bien sabía que estaba atendiendo y curando a Cristo mismo (cfr Mt 25, 36).

En libros, artículos y redes sociales, ha circulado el relato de un gesto de caridad de la Santa Misionera Teresa de Calcuta. Después de dedicar más de dos horas para atender y medicar a un pobre recogido de la calle, a la pregunta de sus hermanas, de cómo se encontraba, comentó con total espontaneidad: “¡Estoy tan contenta como que hubiese comulgado!”

Y para presentar un recuerdo de nuestra América Latina, digo una palabra acerca de nuestro S. Hermano Pedro Betancourt (1626-1667). Los enfermos le robaban el corazón, andaba preocupado por su restablecimiento y cuando repasaba las celdas del hospital que él mismo había hecho lo posible y lo imposible para que se construyera en la ciudad de Antigua Guatemala, si era necesario él mismo los levantaba en sus brazos, los aseaba… Jamás se ha visto retroceder ante la enfermedad repugnante, y llegando a expresiones que resultarían repugnantes para el lector.

Al título popular de “buscador de almas”, se le añadió el otro de “Pedro de la Caridad”. Son recuerdos que me afloran y hay muchos más y me brota concluirlos haciendo memoria de nuestro San Daniel Comboni. En una ocasión, teniendo escritos de su tiempo y que ocasionalmente se referían a él me sorprendió que el autor de aquel “noticiero”, además de como experto en trazar mapas de los territorios africanos que visitaba, lo presentara como… médico.

Si la Iglesia es misionera por su naturaleza porque trae origen de Cristo, misionero del Padre, igualmente por naturaleza, la nuestra es “Iglesia samaritana”, porque está llamada a prolongar en el tiempo, la presencia y la acción de Cristo, Buen Samaritano que se nos acerca para curar nuestras heridas del alma y del cuerpo.

 

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