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En una situación difícil

By Pbro. Juan Luis Mendoza Noviembre 01, 2020
María Isabel de Jesús Acuña Arias, “La niña Marisa”. María Isabel de Jesús Acuña Arias, “La niña Marisa”.

Como lo fue para Viktor E. Frankl en los campos de concentración nazis o lo puede ser para nosotros la actual situación de la pandemia, se puede vivir con un “sentido más profundo”. ¿Cómo? Nuestro autor sintetiza: “El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que éste conlleva, la forma en que se carga con su cruz, le da muchas oportunidades -incluso bajo las circunstancias más difíciles- para añadir a su vida un sentido más profundo”. En efecto, puede conservar, y acrecentar incluso, su valor, su dignidad, su generosidad, en vez de proceder de modo contrario como ocurre lamentablemente. Frankl añade: “Aquí reside la oportunidad que el ser humano tiene de aprovechar o de dejar pasar las ocasiones de alcanzar los méritos que una situación difícil puede proporcionarle. Y lo que decide si es merecedor de un sufrimiento o no lo es”.

Me dirá que no es fácil. También lo percibió así nuestro protagonista entre los prisioneros del campo, “pero, concluye, aunque sea sólo uno el ejemplo, es prueba suficiente de que la fortaleza íntima del hombre puede elevarse por encima de un adversario”.

Incluso de una mujer niña como María Isabel de Jesús Acuña Arias, “Marisa”, cuya causa de beatificación se introdujo en la catedral el pasado 19 de marzo del 2018. Quizás, usted haya oído hablar de ella. Se trata de una tica fallecida a los 13 años que, habiéndosele diagnosticado un cáncer en el cerebro, movida de su fe y amor, ofrece sus sufrimientos y muerte por la vuelta de su padre al catolicismo y, en general, por los pecadores y paganos, con la característica de prescindir de cualquier calmante que aliviara sus horribles dolores, considerada por lo mismo por la Iglesia como una heroína en espera de poder ser declarada en su momento y sucesivamente beata y santa.

El mismo Frankl se refiere a otra joven que muere en un campo de concentración y que, poco antes, le dice: “Estoy muy satisfecha de que el destino se haya cebado en mí con tanta fuerza”.

Desde el barracón le señala un árbol al que le habla. “Ansiosamente le pregunté, nota Frankl, si el árbol le contestaba. “Sí”. ¿Y qué le decía? Respondió: “Me dice: Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna”. Dentro del contexto bien podemos deducir que se trata de una vivencia espiritual de alguna presencia divina que, al ser “la vida, la vida eterna”, da sentido a la existencia humana, su destino, su discurrir y su fin que, para nosotros los creyentes, no es el dolor y la muerte sino la vida, la vida eterna y bienaventurada.

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