Incluso de una mujer niña como María Isabel de Jesús Acuña Arias, “Marisa”, cuya causa de beatificación se introdujo en la catedral el pasado 19 de marzo del 2018. Quizás, usted haya oído hablar de ella. Se trata de una tica fallecida a los 13 años que, habiéndosele diagnosticado un cáncer en el cerebro, movida de su fe y amor, ofrece sus sufrimientos y muerte por la vuelta de su padre al catolicismo y, en general, por los pecadores y paganos, con la característica de prescindir de cualquier calmante que aliviara sus horribles dolores, considerada por lo mismo por la Iglesia como una heroína en espera de poder ser declarada en su momento y sucesivamente beata y santa.
El mismo Frankl se refiere a otra joven que muere en un campo de concentración y que, poco antes, le dice: “Estoy muy satisfecha de que el destino se haya cebado en mí con tanta fuerza”.
Desde el barracón le señala un árbol al que le habla. “Ansiosamente le pregunté, nota Frankl, si el árbol le contestaba. “Sí”. ¿Y qué le decía? Respondió: “Me dice: Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna”. Dentro del contexto bien podemos deducir que se trata de una vivencia espiritual de alguna presencia divina que, al ser “la vida, la vida eterna”, da sentido a la existencia humana, su destino, su discurrir y su fin que, para nosotros los creyentes, no es el dolor y la muerte sino la vida, la vida eterna y bienaventurada.