Llama la atención que Jesús, quien desde su más tierna infancia, creció entre las rústicas herramientas del taller, y las maderas de la carpintería, no dedicara una sola de sus bellísimas parábolas, a esa actividad, sino a las labores del campo.
Eso nos permite pensar que amaba el campo y esas actividades: contemplaba los lirios revestidos de hermosos colores en la primavera. Veía surgir del regazo amoroso de la tierra, la diminuta semilla de mostaza que el sembrador depositaba y que luego se convertía en un árbol. Observaba el rocío en la hierba fresca y las malas hierbas que se mezclaban con el trigo y que oportunamente el labrador tenía que desechar para quemarlas. Pero, llama la atención como arriba lo indiqué, que ninguna de sus parábolas se refiere al oficio de la carpintería.
Otra conclusión que podemos obtener de los evangelios es de que Jesús amaba a la Galilea; por el contrario, no le agradaba la Zona de Jerusalén, que visitaba pocas veces, casi por obligación para la Pascua. Su misión evangélica en su mayor parte la realizó en Galilea: allí escogió a sus discípulos, en su mayoría pescadores, a excepción de Mateo, recaudador de impuestos. Judas cuyo oficio no conocemos, era el único discípulo de Judea.
Es lógico suponer, que Jerusalén le desagradaba, no sólo por lo reseco del paisaje, sino también y sobre todo, por la presencia de los doctores de la ley y de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, quienes le iban a infringir la más cruel de las muertes con duras afrentas y humillaciones.
Galilea se ubica al norte de Jerusalén; viniendo de Galilea hacia la Ciudad Santa, el camino es empinado, porque la ciudad está en la cúspide de la montaña; el paisaje es agreste y reseco. Cuando Jesús, su madre, su padre adoptivo y los apóstoles tenían que subir a Jerusalén, debían de enfrentar un largo y cansado viaje, también peligroso, que les tomaba varios días y largas jornadas en el duro trayecto: aproximadamente 160 kilómetros de camino, lo que nos lleva a pensar que obligatoriamente tenían que pernoctar en el trayecto durante varias noches.
Cristo es sin duda alguna, el personaje más grande que ha existido en la historia y en el ámbito religioso, tenemos que repetir con el español Emilio Castelar (1832-1899):
“Grande es Dios en el Sinaí, el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz lo envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan. Pero hay un Dios más grande, más grande todavía que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido y yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios y, sin embargo, diciendo: Padre mío, perdónalos porque no saben lo que hacen”.