Por su santidad y los méritos singulares que San José adquirió en el cumplimiento de su misión como fiel guardián de la Sagrada Familia, su intercesión es la más poderosa de todas después de la de la Santísima Virgen. Además, es la más universal, extendiéndose a las necesidades tanto espirituales como materiales de cada uno, sin importar su estado.
Jesús y María, con su ejemplo en Nazaret, nos invitan a recurrir a San José. Su conducta es modelo para nosotros. Con la frecuencia, el amor y la veneración con los cuales recurrían a él y recibían sus servicios, proclamaron la seguridad y confianza con la que debemos implorar su poderosa ayuda.
Nuestra Señora, después de Dios, no amó a nadie más que a San José, su esposo, quien la ayudó, la protegió, y ella le fue agradablemente sumisa. ¿Quién puede imaginar la eficacia de la oración dirigida por San José a la Virgen su esposa, en cuyas manos el Señor ha depositado todas las gracias?
Así como Cristo es el único mediador ante el Padre, y el camino para llegar a Cristo es María, su Madre, de igual manera el camino seguro para llegar a María es San José: de José a María, de María a Cristo y de Cristo al Padre.
La Iglesia busca en San José el apoyo, la fuerza, la defensa y la paz que él proporcionó a la Sagrada Familia de Nazaret, el germen en el que ya se encontraba toda la Iglesia. El patronazgo de San José se extiende de una manera particular a la Iglesia universal, a las almas que tienden hacia la santidad en medio del trabajo ordinario, a las familias cristianas y a aquellos que están en camino hacia la Casa del Padre, cerca de abandonar este mundo.
El patronazgo de San José sobre la Iglesia es el prolongamiento de aquel que ejerció sobre Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, y sobre María, Madre de la Iglesia. Por eso fue declarado Patrono universal de la Iglesia.
La misión de San José se prolonga a través de los siglos, y su paternidad nos alcanza a cada uno de nosotros. Santa Teresa de Ávila escribió:
“Quisiera persuadir a todos de ser grandes devotos de este glorioso santo, pues tengo gran experiencia de los bienes que obtiene de Dios; no he conocido a nadie que le sea realmente devoto y a quien él sirva, que no vea crecer más en virtud; porque las almas que le rezan hacen enormes progresos. Desde hace algunos años, me parece que cada año el día de su fiesta le pido algo, y siempre se cumple; si mi oración es un poco torcida, él la endereza para mi mayor beneficio. Si fuera una persona con cierta autoridad para escribir, me extendería con gusto a decir en detalle los favores que este glorioso santo me ha concedido y ha concedido a otras personas. Solo pido, por el amor de Dios, que quien no me crea lo experimente, y verá el gran bien que produce rezar a este glorioso Santo y serle devoto; especialmente las personas de oración siempre deberían estar unidas a él, pues no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en todo el tiempo que pasó con el Niño Jesús, y no dar gracias a San José por haberles ayudado tan bien”.
El Evangelio no reporta ninguna palabra de San José; sin embargo, nadie ha enseñado mejor que él. Fue, en el plano humano, el maestro de Jesús. Lo rodeó, día tras día, con afecto delicado, cuidó de él con una abnegación alegre. ¿No es esto una buena razón para considerar a este hombre justo como maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que una relación constante e íntima con Cristo para identificarnos con Él. José sabrá bien decirnos cosas sobre Jesús.
Recurramos con frecuencia a su patrocinio, y especialmente en estos días cercanos a su fiesta. Sigamos el ejemplo de las almas más sensibles a los impulsos del amor divino que ven, con razón, en San José un ejemplo brillante de vida interior.
Oremos: Sé siempre, San José, nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, silencio, trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique y nos alegre, en unión con tu esposa, nuestra muy dulce Madre Inmaculada, en el muy fuerte y dulce amor hacia Jesús, nuestro Señor. Amén.