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El Papa y el Sacramento de la Confirmación

By Charbel El Alam, Monje de la Orden Libanesa Maronita Marzo 06, 2025

“Yo les pregunto: ¿rezan al Espíritu Santo? Pero, ¿quién es?, ¿el Gran Desconocido? Rezamos al Padre, sí, el Padrenuestro, rezamos a Jesús, ¡pero nos olvidamos del Espíritu! ¡El Espíritu Santo es quien da vida a tu alma! Déjenlo entrar. Hablen con el Espíritu como hablan con el Padre, como hablan con el Hijo… es la fuerza de la Iglesia, es Quien te hace avanzar”.

Estas palabras, pronunciadas por el Papa Francisco en la Catequesis General del 21 de diciembre del año 2022, vinieron a mi mente al conocer, hace unos días, la capilla del Instituto de Nuestra Señora de la Misericordia, en el corazón de Buenos Aires, Argentina, lugar donde, el 8 de octubre de 1944, recibió el Sacramento de la Confirmación el niño Jorge Mario Bergoglio, cuando apenas tenía 8 años de edad.

Signo indeleble de su vida sacramental, este espacio se encuentra dentro de la escuela que regentan unas amables religiosas, a quienes solicité permiso para ingresar.

Una vez dentro, recorrí las instalaciones, contemplé los detalles y tomé algunas fotografías que capturaron la esencia de este espacio histórico. Salí con una profunda sensación de gratitud, agradecido por la oportunidad de vivir una experiencia tan significativa y conectarme con la historia espiritual que influyó en la vida del Papa Francisco.

Él mismo explicó en otro momento que el término “Confirmación” nos recuerda que este sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo, fortalece nuestro vínculo con la Iglesia, nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1303).

Antes de recibir el Sacramento de la Confirmación en su niñez, el Papa Francisco se sometió a una preparación espiritual que resultó fundamental en su desarrollo religioso. Esta formación temprana le permitió establecer una base sólida en su relación con Cristo y la Iglesia, influyendo de manera significativa en su servicio como pastor y líder religioso.

El Papa Francisco estaba consciente, a pesar de su corta edad, de que iba a recibir un don maravilloso: el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que descendería sobre él y habitaría en él como en el templo más bello y precioso.

El Espíritu Santo es un don. Cuando el obispo, en la celebración del sacramento, nos unge con el óleo, dice: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”. Este don del Espíritu Santo entra en nosotros y nos capacita para dar a los demás. Siempre recibimos para dar, nunca para guardar como si el alma fuera un almacén. Las gracias de Dios se reciben para compartirlas con los demás. Esta es la vida del cristiano. El Espíritu Santo nos llama a descentrarnos de nuestro ego y abrirnos al “nosotros” de la comunidad: recibir para dar. No estamos en el centro, somos un instrumento de ese don para los demás.

Leemos en la Constitución Lumen Gentium: “Por el sacramento de la Confirmación, los fieles bautizados se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y quedan obligados a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, tanto con palabras como con acciones” (n. 11).

La Confirmación, como cada sacramento, no es obra de los hombres, sino de Dios, quien moldea nuestras vidas a imagen de su Hijo y nos capacita para amar como Él. Lo hace infundiendo en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna toda nuestra persona y vida, como se refleja en los siete dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Estos dones nos son dados precisamente a través del Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación.

De hecho, el Espíritu Santo, siempre activo en nosotros, suple nuestras carencias y ofrece al Padre nuestra adoración junto con nuestras aspiraciones más profundas. Esto requiere una comunión vital con el Espíritu. Nos invita a ser más sensibles, a estar más atentos a su presencia en nosotros, a transformarla en oración y a aprender a hablar con el Padre como hijos en el Espíritu Santo.

El sacramento de la Confirmación asocia íntimamente al cristiano a la unción de Cristo, quien “Dios ungió con el Espíritu Santo” (Hechos 10:38). Esta unción es evocada en el nombre mismo de “cristiano”, que proviene de “Cristo”, la traducción griega del término hebreo “Mesías”, que significa “ungido”. Gracias al sello del Espíritu conferido por la confirmación, el cristiano logra su plena identidad y toma conciencia de su misión en la Iglesia y en el mundo. “Antes de que se os confiriera esa gracia”, como escribe san Cirilo de Jerusalén, “no erais bastante dignos de este nombre, pero estabais en camino de ser cristianos” (Catech. myst., III, 4: PG 33, 1092).

Para comprender completamente la riqueza de gracia contenida en el Sacramento de la Confirmación, que junto con el bautismo y la Eucaristía forma el conjunto orgánico de los “sacramentos de la iniciación cristiana”, es necesario captar su significado a la luz de la historia de la salvación.

“Queridos hermanos y hermanas, recordemos que todos hemos recibido la Confirmación. ¡Todos nosotros! Recordémoslo, primero, para dar gracias al Señor por este don, y, luego, para pedirle que nos ayude a vivir como auténticos cristianos, a caminar siempre con alegría conforme al Espíritu Santo que se nos ha dado”, nos instruye el Papa Francisco, muy consciente, sin duda alguna, de las gracias recibidas por él mismo, el día de su Confirmación.

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