Ese día, Monseñor Hugo me trajo a la memoria, esta palabra de la Biblia: "El más grande entre ustedes será el que los sirva, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".
Dice el Magisterio de la Iglesia que la vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad, que nace del sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo, pobre, casto, humilde. Estoy seguro de que, en su fructífera vida sacerdotal, Monseñor. Hugo tenía muy presente esto.
Sabe que el amor sin reservas a las almas y donación a su verdadero bien; es amor a la Iglesia, que es santa y nos quiere santos, porque esta es la misión que Cristo le ha encomendado. Cada uno de los sacerdotes debe ser santo, también para ayudar a los hermanos a seguir su vocación a la santidad.
En la Sagrada Escritura encontramos un pasaje que revela el profundo amor de Cristo en su crucifixión: «Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19,34). Este detalle nos muestra la realidad de la muerte de Jesús y su entrega total, hasta la última gota de su sangre.
Sin embargo, cuando uno profundiza en estas cosas, “en esta voluntad de Dios”, de escoger a algunas personas para que sean sus ministros, uno se sorprende, de como Dios actúa para bendecirnos, estoy agradecido con Dios que nos dio a Monseñor. Hugo como pastor, yo humilde pecador, que busca la salvación, aprendí de su testimonio a volver al redil, fui la oveja perdida, esa que herida fue abrazada, me curo mis heridas y volví al rebaño, gracias Monseñor.
Cuando el hombre se entrega a Dios, ¡es que Dios hace maravillas con él! No lo digo por experiencia propia, pero si por las cosas que veo, en gran cantidad de sacerdotes, buenos y santos.
Sacerdotes santos, que se desviven por los demás, que hacen todo lo posible para que las demás personas caminen en santidad. Para mí es sorprendente, y un estímulo para poder crecer. «Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. Por muchos años estuve alejado de la Iglesia y encontrarme con Monseñor. Hugo me permitió volver a esa iglesia que no nos desprecia porque es madre, que acoge ama y perdona, pero sobre todo como la historia del hijo prodigo, esta siempre esperando a la oveja perdida.
El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes. Los santos como san Juan María Vianney, y el beato fray Leopoldo de Alpandeire, al que tengo gran devoción, fueron personas de procedencia sumamente humilde como lo es Monseñor. Hugo Barrantes, que tuvieron que superar grandes pruebas para ser admitidos al estado religioso y posteriormente para alcanzar la santidad.
La oración, el sacrificio, la obediencia, la paciencia, la pobreza, la penitencia, la humildad, la entrega a los demás, y la caridad, fueron virtudes que presidieron sus vidas. La virtud de la paciencia la adquirió el Santo Cura de Ars, a fuerza de heroicos y perseverantes actos. La humildad fue para él la virtud más querida; decía el Santo Cura de Ars: si quitáis la humildad, todas las virtudes desaparecen.
Estoy convencido que Monseñor Hugo, a la hora de presentarse ante Dios, como nos tocará a todos en algún momento de nuestras vidas, le serán gratamente reconocidas sus buenas obras, pero sobre todo su humildad. No olvidemos que "los santos no son los que nunca cayeron, sino los que siempre se levantaron".