“Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio”, decía Santa Teresa de Jesús.
Esta conciencia debemos tenerla nosotros también. No podemos perder nuestra identidad de cristianos que estamos destinados a la eternidad, precisamente por el sacrificio que ha realizado Jesús por nuestra salvación. La Eucaristía debe estar en el corazón del cristiano.
Muchas veces se apodera de nosotros la conciencia de lo inmediato, sin la esperanza de un futuro más allá de este mundo. Si dejamos de participar de la Misa, si dejamos de entender lo sagrado y sublime que ella encierra, más rápidamente corremos el riesgo de quedar atrapados en este mundo material y en un espantoso sinsentido.
El numeral 1356 del Catecismo de la Iglesia Católica nos habla muy bien de la responsabilidad que tenemos de asistir a la Santa Misa y de acoger el llamado que nos ha hecho el propio Jesús.
“Si los cristianos celebramos la Eucaristía desde los orígenes, y con una forma tal que, en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, es porque nos sabemos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: ‘Haced esto en memoria mía’ (1 Co 11,24-25)”, señala el Catecismo.
En pocos días llegaremos a la celebración de la semana más importante para nosotros católicos. Preparémonos a conciencia para vivirla a plenitud, esto es, mediante nuestra asistencia a la Santa Eucaristía dominical; también a vivir el sacramento de la Reconciliación; y a las prácticas cuaresmales a las que estamos llamados.
Ojalá muchas personas que tienen la oportunidad de asistir a la Misa diaria puedan hacerlo, para vivir la riqueza que esta experiencia inagotable encierra.
Pongamos en práctica el mandato del Señor que nos llama a Misa; atendamos el mandato de la Iglesia que nos pide asumir nuestro compromiso de bautizados. No permitamos que la pandemia, la costumbre o las voces que muchas veces se hacen oír en este mundo nos arrebaten lo más sagrado que tenemos.
El santo cura de Ars, San Juan María Vianney nos decía: “Si conociéramos el valor de la Santa Misa nos moriríamos de alegría”.
Pidamos al Señor la gracia de valorar la Santa Misa, y en ella también elevemos nuestra acción de gracias a él por todo lo que maravillosa y generosamente nos da.
