El envío que el Señor nos hace: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado."(Mateo 28, 20), integra obviamente el crecimiento a partir de la formación en la fe: “enseñándoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,20), pero este llamado no se reduce a la maduración solo como formación doctrinal. Se trata, ante todo, de vivir lo que el Señor nos ha indicado como respuesta a su amor.
La centralidad del kerigma que hemos de comunicar, ayer, hoy y siempre, demanda aspectos fundamentales:
- Que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa.
- Que no imponga la verdad y que apele a la libertad.
- Que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa.
- Que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas, a veces más filosóficas que evangélicas.
- Que el evangelizador (comunicador) transmita el mensaje con cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena”[2].
En cuanto “forma”, y aunque ha sido una constante en la evangelización, hoy también se nos plantea la conveniencia de integrar este mensaje central en la "nueva cultura" creada por la comunicación moderna... “Con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos sicológicos”.[3]
Desde la teoría de la comunicación este terreno es muy amplio y difícilmente unívoco, de hecho, en comunicación no existe un canon de doctrina rígido, pero la adopción de distintas perspectivas o estilos de anuncio deben celebrarse sin caer en la tentación de la descalificación, antes bien, la variedad de propuestas evidencia la riqueza que suscita el Espíritu en la Iglesia.
La Iglesia que se comunica se nutre, pues, está en permanente diálogo con el mundo y esta interacción es cada vez más necesaria porque vivimos en un mundo diverso al que la Iglesia no puede dar la espalda. El diálogo ni impide ni abarata el anuncio. La apertura verdadera supone mantener las propias convicciones en un diálogo que nos puede fortalecer.
En este sentido, la advertencia del Papa Francisco respecto a la “esclerosis cultural” que también amenaza a la Iglesia, debe ser considerada, por ello “tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir las riquezas de cada uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como oportunidades de crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás”.[4]
Como vemos, el fenómeno comunicativo en la Iglesia trasciende el tema de la comunicación de los niveles jerárquicos, del adoctrinamiento y más aún el de la información fundado en respuestas técnicas. Comunicar es una actitud que refuerza el anuncio: “Comunicar con el testimonio, comunicar implicándose en la comunicación, comunicar con los sustantivos de las cosas, comunicar como mártires, es decir, como testigos de Cristo, como mártires”.[5]
[1] Aetatis Novae, n.10
[2] Evangelii Gaudium, n.165
[3] Juan Pablo II, Redemptoris missio, n.37,
[4] Fratelli Tutti, n.134
[5] Papa Francisco al Dicasterio de la Comunicación, 23 setiembre 2019