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Un mártir entre dos persecuciones

By Pbro. Luis Paulino González H. Enero 20, 2023
Beatos mártires del convento de Montesclaros: Estanislao García, Germán Caballero, José Menéndez, Victoriano Ibáñez y Eugenio Andrés Amo. Beatos mártires del convento de Montesclaros: Estanislao García, Germán Caballero, José Menéndez, Victoriano Ibáñez y Eugenio Andrés Amo.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice en el n. 2473: “El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza”. Dicho de otra manera, en el martirio confluyen en forma radical las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) con la virtud moral de la fortaleza.

De lo anterior se puede colegir que el martirio es una gracia. No es una meta que deba ser buscada por sí misma, ni una tragedia que haya que abominar. Nadie está obligado a buscarlo, es lícito huir para proteger la propia vida. Sin embargo, cuando llega la ocasión, Dios da la gracia necesaria para afrontarlo con fortaleza y confianza en Él.

Costa Rica tiene la bendición de que en su territorio vivieron cinco mártires de la guerra civil española, todos ellos ya beatificados (también ha tenido algunos mártires que no han sido elevados a los altares, pero eso es otro tema). El beato Germán Caballero Atienza (1880-1936), del cual hablamos en los dos artículos anteriores, es uno de esos cinco mártires españoles (de los otros hablaremos en próximas entregas).

Una particularidad en relación con el martirio del beato Caballero es que lo encontramos, en cierto modo expuesto a dos sangrientas persecuciones de inicios del siglo XX, quizás las dos más conocidas: la mexicana y la española. En medio de ambas, como un cierto impasse, está su misión por la América Central (1914-1935) en la cual se haya su paso por nuestra patria, de lo cual hablamos en la entrega pasada.

El padre José Salvador y Conde nos cuenta en su libro “Apostolado de la provincia de España en América. 1800-2003” que el 23 de setiembre de 1913 llegaron a México, procedentes de España, los padres “Luis Olavarrieta, Germán Caballero, Juan Prieto y Enrique Reyero y los Hermanos Esteban Morán y Ángel Hernández (éste, donado)”. En esa nación estuvo el padre Germán prestando sus servicios durante un año, según parece, en Aguascalientes.

Es la época de la revolución mexicana que marcó la segunda década del siglo XX y que se caracterizó, entre otros rasgos, por su anticlericalismo en sus diferentes facciones. Sobre esto, fray Manuel Fernández Bada, O.P. escribe refiriéndose al clima convulso y altamente peligroso para los frailes: “Bien manifiestos son los ultrajes y exacciones de los carrancistas así contra el clero como contra los religiosos, y esto motivó nuestra salida de México y la de las órdenes y del clero secular”. Por ello, a mediados de 1914 todos los dominicos se trasladan para Veracruz y de ahí a Cuba, en el mes de setiembre. El 15 de setiembre llegó una orden de ir a América Central y a Texas. Ahí es donde se le da al padre Germán el envío a Costa Rica.

Como ya se indicó en los artículos anteriores, el santo de marras estuvo en nuestro suelo poco menos de dos años y luego estuvo en otras partes de Centroamérica, hasta 1935.

A inicios de 1936 volvió a su patria natal donde ya se gestaba otra persecución, tanto o más encarnizada que la mexicana: la feroz sed de sangre de los marxistas, que fue la que lo llevó definitivamente al martirio.

Por eso podemos decir que el beato Germán Caballero es un mártir entre dos persecuciones. Huyó de la primera para, sin pretenderlo, dar en la segunda el testimonio más sublime de fe, esperanza y caridad que puede dar un cristiano.

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