También ser contemplativo es sumirse en el silencio y mirar a Dios con el alma, extasiarse ante él, e incluso darle oportunidad que nos hable. Además, el alma contemplativa recibe el mérito de entender misterios que no son dados, al mundo pecaminoso. Dichosa el alma contemplativa, porque le son abiertas las puertas, para que entre al santo templo y mire la gloria de Dios.
San Francisco de Asís fue uno de los hombres más contemplativos que se ha conocido cuando se admiraba al ver tanta maravilla, presente en todas las criaturas de Dios, por eso el santo aprendió a tener una profunda armonía con los animales, los bosques y en fin con el paisaje natural. Ciertamente, el Pobrecillo de Asís bien dijo:
“Cuando el corazón está vacío de Dios, el hombre atraviesa la Creación mudo, sordo, ciego y muerto, inclusive la palabra divina está vacía de Dios. Cuando el corazón del hombre se llena de Dios, el mundo entero se puebla de Dios. Levantas la primera piedra y aparece Dios, alzas la mirada hacia las estrellas y te encuentras con Dios. El Señor sonríe en las flores, murmura en la brisa, pregunta en el viento, responde en la tempestad, canta en los ríos... en todas partes las criaturas hablan de Dios cuando el corazón está lleno de Dios”.
De lo anterior se desprende que, contemplar la dimensión de Dios es dejar la ceguera del alma, para recobrar la verdadera vista.