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“Tras haber caminado toda la noche”

By Padre Charbel EL ALAM / Orden Libanesa Maronita Septiembre 08, 2022

Como monje y sacerdote libanés, durante estos 5 años en Costa Rica,  he querido conocer la cultura tica y apreciar los hermosos parajes naturales. Sin embargo, peregrinar a la Basílica de la Virgen de los Ángeles, y más aún, en vísperas de su fiesta,  no es simplemente visitar un lugar turístico  para admirar sus tesoros de arte o historia. 

Este viaje a pie ha significado salir de mí mismo para ir al encuentro de Dios Uno y Trino, en el lugar donde Él decidió  manifestarse, y donde su gracia divina se ha mostrado con particular esplendor, produciendo abundantes frutos de conversión y santidad entre los creyentes. 

Mi experiencia de peregrinación la viví el 1 de agosto del 2019 inmerso en una atmósfera de intensa participación de fe y oración. 

“Si le voy a pedir algo grande a Dios por la intercesión de la Virgen, más vale que esté listo para marchar toda la noche”, exclamé, sabiendo claramente que no hay victoria sin esfuerzo.  

En ocasiones, la plenitud de la noche podría parecernos como un túnel oscuro; pero, por la fe, al acercarse el amanecer vemos luz y percibimos la majestuosidad de la cercanía del cielo y de la tierra; de Dios creador fusionado con la criatura; y así, en verdad, spe salvi facti sumus: hemos sido salvados por la esperanza (cf. Rm 8, 24). 

Es de notable importancia mencionar que la peregrinación a la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles es en sí misma un momento de intensa oración.  “Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón” (Jeremías 29:12-13).

Estaba allí como un peregrino más. Había ido para orar, para implorar a la divina misericordia el don de la paz interior,  por la que suspiro tan ardientemente todos los días.

Con cada paso, mi fe me impulsaba a sentirme atraído por aquel monumento majestuoso que se elevaba como un monte santo en medio de la Vieja Metrópoli, y que contenía un tesoro que Dios deseaba develar. 

Ir a encontrarme con La Negrita me colocaba de nuevo en el marco de esa extraordinaria cercanía con la Madre de Dios, que no se ha debilitado en estos 387 años de romería, sino que más aún se ha consolidado, y que constituye, algo así como, el alma de este santuario.

Era perceptible en las personas caminantes aquella ilusión y esperanza de completar una meta. Millones de pisadas de fe verdadera, dando testimonio con la sencillez de sus pensamientos y la espontaneidad de un ser que no finge. 

Yo había venido en peregrinación a la Basílica justo para eso: para estar junto a María. Quería dirigirme a este hermoso lugar para sumergirme profundamente en el misterio de la redención.

Como el niño al regazo de su madre, así han acudido, jóvenes y ancianos; hombres y mujeres, todas las generaciones, nacionales y foráneos de todos los diversos rincones del país; y aquello que nos unía a todos era el hecho de estar en camino hacia María, con la confianza plena en que la Madre del Señor nos llevara a quien Es El Camino, y nos mantenga en Él. 

Desde pequeño he aprendido a acudir a Ella con confianza, a venerarla y a amarla. Ella ha sido faro y guía de mi vida, y mi corazón late con predilección por la Madre de Dios. Ahora ya casi frente a la Basílica de Cartago, la sabía a Ella esperándome, y su corazón también latiendo por mí.

No olvidemos nunca que somos eminentemente marianos, porque no tenemos otro anhelo más que rezar el Santo Rosario, encender velas, quemar incienso y trenzar coronas a Nuestra Señora de los Ángeles. Por eso, regresemos a nuestra tradición y herencia mariana y volver a hacer de nuestros hogares santuarios de la Virgen. 

Cada católico está en una continua peregrinación hacia la vida eterna. Al igual que en esta víspera del 2 de agosto, haz que la vitalidad de tu vida cristiana se mida por una devoción especial al Santo Rosario y rememores los momentos más importantes y significativos de la historia de la salvación. 

Con María, se recorren las diversas etapas de la misión de Cristo. Con María, el corazón se orienta hacia el misterio de Jesús. Se pone a Cristo en el centro de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestras ciudades, mediante la contemplación y la meditación de sus santos misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria. 

Cuando finalmente mis ojos miraron a la Patrona en lo alto, tuve más que claros dos hechos: por un lado, la eficacia redentora del misterio pascual de Cristo en el Sacramento de la Confesión, es la misericordia de Dios que pone de manifiesto la realidad del pecado, pero al mismo tiempo con desmesurado amor, es potencia renovadora del amor divino que vuelve a dar la vida al alma. 

Y posteriormente, he ido lleno de alegría y admiración al encuentro de la Santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo’ (Mt 28,20).

En esta gozosa celebración, pidamos con fervor a Nuestra Señora de los Ángeles que interceda por todos sus hijos, en especial por los pobres, por los enfermos, por los jóvenes y por los necesitados de cualquier ayuda.

¡Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios! Nuestra Señora de los Ángeles ruega por nosotros.

 

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