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La Virgen del Magnificat

By P. Charbel El Alam / Orden Maronita Libanesa Agosto 27, 2022

A propósito de la celebración a Nuestra Señora de Los Ángeles durante el mes de agosto, tengo nuevamente el honor de plasmar en el prestigioso periódico Eco Católico, más que un texto, esta “polifonía” de las Sagradas Escrituras.

He querido reflexionar acerca de, lo que considero, es una majestuosa expresión bíblica relatada por San Lucas en su evangelio, específicamente en el capítulo 1, versículos del 46 al 55; la cual reconocemos como El Magnificat.

De este cántico podemos recoger abundantes luces por su rica enseñanza e ilustrar brevemente su composición teológica y espiritual.

Son notables en importancia y belleza las palabras que se generaron en el espíritu de la Virgen y fueron evocadas por sus labios.

Vienen a mi memoria los inicios de mi vida monástica, cuando leí por primera vez el libro “El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” de San Luis María Grignion de Montfort y me encontré con este texto icónico: “Recitarán frecuentemente el Magnificat -a ejemplo de la Beata María d’Oignies y de muchos otros santos- para agradecer a Dios las gracias que otorgó a la Santísima Virgen. El Magnificat es el único cántico compuesto por la Santísima Virgen, o mejor, en Ella por Jesucristo, que hablaba por boca de María. Es el mayor sacrificio de alabanza que Dios ha recibido en la ley de la gracia. Es el más humilde y reconocido; a la vez, el más sublime y elevado de todos los cánticos. En él hay misterios tan grandes y ocultos, que los ángeles los ignoran”.

A lo largo de más de 20 años, sigo experimentando realmente la belleza y la riqueza de este inspirado cántico y su efecto espiritual en mi vida sacerdotal.

Nos lo explica bellamente el Papa emérito Benedicto XVI: “La Madre del Señor profetiza las alabanzas marianas de la Iglesia para todo el futuro, la devoción mariana del pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos. Al alabar a María, la Iglesia no ha inventado algo "ajeno" a la Escritura: ha respondido a esta profecía hecha por María en aquella hora de gracia”.

En este canto maravilloso se refleja toda el alma, toda la personalidad de María. Podemos decir que este canto es un retrato, un verdadero icono de María, en el que podemos verla tal cual es.

Quisiera destacar sólo dos puntos de este gran canto. Comienza con la palabra Magníficat: mi alma “engrandece” al Señor, es decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dios sea grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté presente en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un “competidor” en nuestra vida, de que con su grandeza pueda quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital. Ella sabe que, si Dios es grande, también nosotros somos grandes. No oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande precisamente con el esplendor de Dios.

Una segunda idea nos conduce a reflexionar que aunque  esta poesía de María es totalmente original, al mismo tiempo, es un “tejido” hecho completamente con “hilos” del Antiguo Testamento. Denota  que María, por decirlo así, “se sentía como en su casa” en la Palabra de Dios y vivía inmersa dentro de Ella.  En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; y por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

María recibía en todo tiempo también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo bondadoso y manso. Se hace fuerte y valiente con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

Doy gracias al Señor, por la benevolente y fecunda colaboración de Su Espíritu Santo de promover en mi corazón, por intercesión de La Virgen María, una escucha renovada de la palabra de Dios, que es un elemento indispensable de la nueva evangelización.

Hoy deseo que el eco de estas palabras resuenen, de igual forma, en el corazón de cada persona, convirtiendo este himno único en una oración diaria.

Muy a propósito, es muy atinado y beneplácito de Dios, repetir las altas expresiones del cántico de María en su “Magníficat”, como una locución de acción de Gracias,  particularmente después de la Sagrada Comunión.

Nos dirigimos entonces ahora en oración a María Santísima, a quien veneramos en Costa Rica como Nuestra Señora de los Ángeles:

“Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.

Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.

A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada.

Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos”.

 

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