Yabés invocó al Dios de Israel, exclamando: “Si de verdad me bendices, ensancharás mis términos, tu mano estará conmigo y alejarás el mal para que no padezca aflicción”. Y otorgóle Dios su petición (I Crónicas 4, 10).
Aquel clamor urgente de Yabés salió como un grito del corazón de un hombre que creía y confiaba en Dios, e invocaba de Él la grandeza de Su Omnipotencia; y el Señor siempre fiel, lo escucha, lo atiende y de súbito, lo complace. Podríamos inferir que Yabés se sentía atemorizado ante un futuro incierto y hasta un poco desalentador.
Esta oración aunque muy antigua, contiene una petición de cuatro aspectos muy puntuales y contemporáneos que afligen al ser humano también hoy:
- a) Si de verdad me bendices: Yabés pide a Dios su bendición, que se ha de vivir con el deseo y la petición de una bendición a Dios que no puede ser arrancada o conseguida sólo con nuestras fuerzas, sino que se debe recibir de él con humildad, como don gratuito que permite, finalmente, reconocer el rostro del Señor. Y cuando esto sucede, toda nuestra realidad cambia, recibimos un nombre nuevo y la bendición de Dios.
- b) Ensancharás mis términos: Yabés ora porque sus esfuerzos sean multiplicados, para que se abran puertas, se corran las estacas y se ensanche el territorio con mayores oportunidades que alcancen nuevas metas.
- c) Tu mano estará conmigo: Yabés antes reconoció que el Dios de Israel es la fuente de toda la bendición, columna vertebral de su vida. Por esta razón, clama por Su presencia y permanencia en su vida, consciente de que la Mano Poderosa del Señor sacó de Egipto a Su pueblo elegido, cubriéndose de gloria a expensas del faraón (Éxodo 7, 5).
- d) Y alejarás el mal para que no padezca aflicción: Yabés miró a Dios con confianza como el hombre grita en la angustia, en el peligro, en el dolor; el hombre pide ayuda, y Dios responde. Este entrelazamiento del grito humano y la respuesta divina es la dialéctica de la oración y la clave de lectura de toda la historia de la salvación. El grito expresa la necesidad de ayuda y recurre a la fidelidad del otro; gritar quiere decir hacer un gesto de fe en la cercanía y en la disponibilidad a la escucha de Dios La fe es tener las dos manos levantadas y una voz que clama para implorar el don de la salvación; una voz que grita a pleno pulmón, un grito que se convierta en petición. El objetivo de Yabés en su plegaria era gozar de una vida conforme a la voluntad de Dios, y el Señor se lo concedió.
Este relato tan interesante no queda únicamente allí, porque el horizonte todavía puede ampliarse.
En la empresa de vida de todo cristiano la oración, debe ser considerada una de los activos más valiosos y productivos para el triunfo de nuestro paso por esta tierra, con miras en la Vida Eterna. La oración nace en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior que los autores espirituales suelen llamar “corazón”. Toda necesidad temporal y espiritual que tengamos se encuentra al alcance del Creador de todo lo que existe, e invocándolo en la necesidad con valentía, humildad y confianza, se abren puertas a cosas mayores.
La Oración de Yabés es un indicador de cómo hacer de la oración un valioso activo que genere respuestas prontas de Dios. Al igual que un sinnúmero de personajes bíblicos, Yabés es un maravilloso ejemplo de un hijo de Dios acercándose a la majestad divina, creyendo y confiando en su infinita bondad y misericordia eternas.
Damas y caballeros, no quiero concluir esta reflexión sin instarlos a que hagan de esta jaculatoria parte de su oración diaria, convirtiéndola en alimento del espíritu, capaz de nutrir el conocimiento de Dios y su diálogo con Él. “Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Hebreos 4, 16).