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La meta es el cielo

By Mons. José Manuel Garita H. Mayo 30, 2022

“Vivir en el cielo es ‘estar con Cristo’ (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven ‘en Él’, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17)”.

De este modo, el Catecismo de la Iglesia Católica, número 1025, nos expone lo que representa para nosotros los creyentes vivir en Cristo, por Cristo y para Cristo; nos marca, además, la importancia de nuestra meta: el cielo.

Precisamente, continúa el Catecismo en el número 1026: “Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha ‘abierto’ el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él”.

Al haber vivido la Semana Santa, precisamente nos llenamos de gozo por celebrar el triunfo de la vida de la muerte, el triunfo de Cristo sobre el pecado, el triunfo del amor que nos da vida y vida eterna. No fue una semana más; constatamos que los misterios centrales de nuestra fe nos hacen entender que estamos llamados a la eternidad, trascendemos más allá de este mundo… nos espera el cielo.

Debemos saber que nuestro destino no es la muerte, sino la vida eterna en el cielo. Hemos sido regenerados para que podamos tener una nueva vida en Cristo, a eso estamos llamados, para ser sus testigos y proclamar su Evangelio por todo el mundo. No es un hecho pasado de moda. La celebración litúrgica es la conmemoración y actualización del misterio de salvación por medio del cual el Señor nos da vida eterna.

Ser cristianos nos debe animar a ser diferentes, a reflejarlo en nuestras acciones, manifestando lo que Dios nos ha dado, su amor infinito.

La Semana Santa no fue un momento de vacaciones para comportarnos los creyentes de una forma, y pasada esta, para actuar de otro modo, alejados de los principios evangélicos. Por el contrario, la Semana Santa nos debió animar a retomar y renovar nuestro compromiso de fe, que es vida; por consiguiente, para vivirla y transmitirla a los demás.

Como cristianos, vivimos en la alegría y en la esperanza, conscientes de nuestros compromisos y responsabilidades en el mundo. Ponemos nuestra fe en Jesús Resucitado, porque nos espera una vida plena, algo que sobrepasa totalmente nuestra comprensión.

Pero, esta alegría y esperanza nos animan a ser mejores personas para construir una mejor sociedad. La alegría y la esperanza nos llevan a transmitir lo que Jesús nos ha manifestado, con palabras y acciones, con nuestros gestos y pensamientos.

En medio de situaciones de oscuridad, seamos testigos de la eternidad y transmitamos a este mundo lo que hemos recibido, pues nuestro destino está más allá con el Señor glorificado, para ser glorificados con él.

Como dice San Pablo: “Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los más desdichados” (1 Cor. 15,19).

Que Cristo Resucitado guíe nuestro caminar y nos permita comprender el regalo de la vida eterna que nos ha ofrecido con su misterio pascual.

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