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La confesión o penitencia

By P. Luis Corral, sdb. Abril 04, 2022

Por los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Penitencia), el ser humano recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en ‘vasos de barro’ (2Co 4,7) Por ellos, esta vida nueva de hijos de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado. El Señor Jesucristo ha querido comunicar a la Iglesia el poder de perdonar el pecado con la fuerza del Espíritu Santo. Es el don del sacramento de la Penitencia o Confesión.

Don Bosco, entre otras cosas, fue un gran apóstol de la confesión. Y lo mismo nos inculcó a los salesianos.

En el combate contra la inclinación del mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado? Si era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los pecados, hacía falta que el Bautismo no fuera el único medio de servirse que había recibido de Jesucristo.

Era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta el último momento de su vida (CEC 979). Por medio del Sacramento de la Penitencia, el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia” (CEC 980).

El perdón de los pecados se da primeramente en el Bautismo. Pero el cristiano, en su fragilidad, experimenta la necesidad de vivir renaciendo en una segunda y tercera... ‘tabla de salvación’ que nos vuelva a sacar a flote. La Iglesia, que sabe que ‘Dios es rico en misericordia’ (Ef 2,4), se la ofrece en el sacramento de la Penitencia.

“Si alguien incurre en la necesidad de la penitencia, que no se abandone a la desesperación. Que se avergüence de haber pecado, pero no se avergüence de levantarse nuevamente. El bondadosísimo Padre, que llama a casa a su hijo pródigo y con gusto lo recibe celebra su alegría con un banquete: ‘¡Ha vuelto a encontrar a un hijo perdido!” (Tertuliano).

“Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado” (CEC 982).

La confesión al sacerdote es parte esencial del sacramento, y la Iglesia, que siente en su cuerpo el pecado de sus miembros, vive la solicitud de Cristo por los alejados y se alegra con su conversión.

Jesús pasó entre los hombres perdonando los pecados (Mc 2,5; Lc 7,48) y otorgó a los hombres ese poder (Mt 9,8). Es el gran poder que deja a la Iglesia: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20,22; Mt 16,19). Jesús no vino a salvar a los justos, sino a llamar a los pecadores a conversión (Mt 9,13).

La Iglesia pide que nos confesemos por lo menos una vez al año. Si estamos en pecado mortal debemos confesarnos antes de comulgar. Los pecados veniales se perdonan también cuando al comenzar la misa recitamos el ‘Yo confieso’ con sincero arrepentimiento y propósito de enmienda.

Sin arrepentimiento y voluntad de conversión, los pecados no se perdonarán, aunque recibamos la absolución del sacerdote. En ese caso la absolución resbala. No puede penetrar, por falta de arrepentimiento y por falta de propósito de enmienda.

Antes de acercarnos al confesionario debemos hacer un atento examen de conciencia para saber bien lo que tenemos que decir al sacerdote.

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