Es de esperar que la presencia de los cristianos en política se manifieste mediante signos y acciones concretas, pues en caso contrario carecería de sentido. Lo cual no significa que las comunidades cristianas hayan de convertirse en partidos políticos, que andan siempre en busca de poder. Aquí las memorables y perdurables afirmaciones de Jesús: “Mi reino no es de aquí” (Juan 18,36) y “pagadle al César lo que es del César” (Mateo 22,21).
Ahora bien, la Iglesia vive en este mundo y se ve enfrentada a los reinos de este mundo. En consecuencia, reivindica el derecho de oponerse a todo régimen injusto o que escapa a sus competencias. Lo mismo que reivindica también el derecho a su existencia y al libre desenvolvimiento de su misión al amparo de sus instituciones.
En esta coyuntura, eso sí, hay que tener presente la necesaria distinción entre el compromiso del cristiano como ciudadano y como Iglesia, y así lo declara el Vaticano II: “Es de suma importancia, sobre todo allí donde existe una sociedad pluralista, tener un recto concepto de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia, y distinguir netamente entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristina, y la acción que realizan en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores” (Gs.76).
En otros puntos del documento se especifica que la presencia de los cristianos en la política puede desarrollarse legítimamente en organizaciones que realizan una acción de estímulo, de promoción y de crítica de aquellas fuerzas que se ven directamente afectadas por las decisiones políticas. Y esto otro: En determinadas situaciones las comunidades cristianas y sus pastores pueden emprender la tarea de fundar y constituir estas organizaciones. Se advierte que, no obstante, cualquiera que sea la actividad o los objetivos que persigan los cristianos, siempre deben defender la unidad.
Ahora bien, la misión principal de la Iglesia en política es iluminar con su doctrina, la conciencia de los seres humanos en el sentido de que la salvación que anuncia no es sólo espiritual o para el más allá, intimista o ritualista. Exige también respuestas históricas, la atención a las realidades sociales y posibles estructuras injustas, obligaciones temporales. En consecuencia, la Iglesia está llamada a predicar la verdad evangélica, promover la responsabilidad de los ciudadanos, animar a los cristianos a cumplir fielmente sus obligaciones y dar ejemplo a todos.
He ahí la misión “política de la Iglesia”. Con el anuncio del Evangelio en el tiempo, las comunidades cristianas han de traducir sus exigencias de acuerdo con las situaciones de la sociedad, animando un sincero diálogo sobre el análisis de esas situaciones desde una clara referencia a los principios, criterios y orientaciones prácticas del Magisterio o en la doctrina social. De esta forma las comunidades cristianas podrán contribuir eficazmente al progreso del mundo que nos toca en suerte, y salvaguardar su misión específica que no es de orden político-económico, sino religioso.
Sigo otro día, Dios mediante.
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