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¡Admiración por el camino de SU misericordia!

By + Mons. Vittorino Girardi Stellin, mccj Marzo 24, 2022

Durante los encuentros de formación cristiana, no pocas veces he lanzado la pregunta: ¿y qué es lo indispensable para lograr la salvación?

Siempre he encontrado una sorprendente variedad de respuestas, y muy pocas veces la respuesta más acertada, a saber, “lo indispensable es pedir perdón”.

San Pablo, con términos tajantes, afirma: “todos nos encontramos bajo el dominio del pecado. Así lo dice la Escritura: No hay justos, ni siquiera uno solo; no hay un sensato, no hay quien busque a Dios. Todos se han extraviado, no hay quien practique el bien, no hay siquiera uno solo” (Rom 3, 9-12).

No sé si el escritor irlandés Samuel Beckett (1906-1989), premio Nobel de literatura, en su obra más conocida y discutida, “Waiting for Godot” (Esperando a Tatica Dios), tuviera presente las afirmaciones de San Pablo, que acabamos de recordar. El hecho es que su pieza teatral, está como atravesada por el recuerdo y la referencia constante a aquellos tres condenados que pendían de la cruz, sobre el calvario. Se afirma, una y otra vez, que uno sólo era Inocente, y que los otros dos eran ladrones, sin que nada los diferenciara… Inesperadamente se introduce en aquella trágica escena, algo totalmente nuevo: uno de los ladrones, pide perdón.

Aunque el Autor no insista en ello, bien sabemos que esa humilde súplica de perdón, constituyó un nuevo y radical comienzo en la existencia de aquel ladrón. La tradición católica le ha dado un nombre, Dimas, y el apelativo sorprendente de “Buen Ladrón”.

Se trata de la escena final de la Pasión de Jesús, según el Evangelio de San Lucas, en la cual se nos confirma en la revelación del Dios verdadero, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia y de todo consuelo (cfr. 2Cor 1, 3).

Lo evidenció Santo Tomás de Aquino, escribiendo: “El más divino entre todos los atributos divinos (es decir, el que más manifiesta la íntima realidad de Dios) es la misericordia” (S. Th. I, 21.3). El mismo grande Doctor de la Iglesia llega incluso a afirmar que el otorgar a un pecador un incondicional perdón, es un acto mayor que el acto de la creación del universo. Y concuerda con lo que escribió San Agustín, a quien él cita: “El acto creador de Dios produce cosas que fenecen, mientras que el perdón divino ofrece al pecador arrepentido, una vida que es eterna, le ofrece el Paraíso (cfr. S. Th. I-II, 113.9).

 

Dios es misericordia

 

La misericordia divina, no es pues, un aspecto del amor de Dios, sino su mismo ser, como nos lo revela y confirma la misma Sagrada Escritura. Una y otra vez volvemos a la Palabra inspirada.

“El Señor, tu Dios, es un Dios de ternura: no te dejará, ni te destruirá, ni olvidará el pacto que juró a tus padres” (Dt 4, 31).

“Respóndeme Señor, con tu lealtad insigne, por tu gran ternura vuélvete hacia mi” (Sal 69, 17).

“Porque Tú, dueño mío eres bueno y perdonas, estás lleno de ternura con los que te invocan” (Sal 85, 5).

“El Señor es bueno con todos, su ternura se extiende a todas sus creaturas” (Sal 145, 9).

“Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia” (Jer 31, 3).

Todos llevamos en la mente y en el corazón, aquella afirmación que podría considerarse la cumbre de la revelación del Antiguo Testamento: “Decía Sion: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. ¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49, 14-15). “Como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo” (Is 66, 13).

Nuestro Dios es Padre con corazón de Madre, custodio de la vida, entrañas de misericordia, ternura infinita e infinita paciencia. No puede ser sino Amor y amor de misericordia. Todo desemboca en 1 Juan 4, 8: “Dios es amor, es Misericordia, el amor de Misericordia es su propio ser, su naturaleza más profunda, su misterio, su Nombre.

Ha sido sin duda por la inmensa luz de estas convicciones, que Santa Teresa del Niño Jesús, inspirada y “atrevida” cantora de la Misericordia divina, ha podido escribir: “Si mis pecados fueran los pecados más graves de la humanidad, iría corriendo adonde Jesús, con el corazón roto por el arrepentimiento, y mis pecados serían como una gotita de agua que cae en un brasero ardiendo”.

Estamos en tiempos de Cuaresma, “tiempo fuerte”, lo llaman las publicaciones litúrgicas, tiempo y camino de conversión; tiempo de penitencia. Eso es verdad, sin embargo, se trata de un avanzar por el camino de SU misericordia y, entonces es un tiempo en que queremos hacer posible la fiesta que nuestro Padre Dios quiere animar en nuestro corazón. Él quiere entrar y “cenar con nosotros y nosotros con Él (cfr. Ap 3, 20). La Cuaresma es pues, también tiempo de los “consuelos de Dios”, y de Cristo, quien nos repite: “Vengan a Mí, vengan a Mí cuantos estén tristes y cansados, que yo los aliviaré” (Mt 11, 28).

 

Fuerza transformadora de la Cruz

 

Como todos los Santos, también San Daniel Comboni se sentía ladrón de la derecha, ladrón perdonado, porque, como él repetidamente lo escribía, se experimentaba “gran pecador y del común de pecadores”… Sin embargo, cuando nuestro amado Fundador, habla de aquel fuego amoroso y misericordioso que “arde” en el Corazón de Jesús, Buen Pastor, espontáneamente su pensamiento va a los “millones de hermanos que no lo conocen” y se siente urgido para que cuanto antes todos se sientan atraídos por Jesús, que muere por amor, al lado del ladrón perdonado y que muere también por él.

Bien lo sabemos, por ellos, Comboni está dispuesto “a dar mil vidas”.

Él lo repite una y otra vez en sus escritos. Quiere entregar su vida, entregarlo todo, a Cristo y con Cristo, que “habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (Jn 15, 1), pero con un amor universal, que abarca a toda la humanidad.

En una larga relación de 1877 a la Sociedad de Colonia, (grupo que generosamente le apoyaba y que sostenía sus misiones), escribe: “En medio de estas soledades inconmensurables, el misionero cree oír la voz del Divino Pastor que busca la negra ovejita extraviada y recobrando nuevamente la confianza, espera firmemente que caigan todos los obstáculos levantados en contra de la conversión y que el poder del mal no envuelva por más tiempo a África”.

El amor misericordioso de Cristo, manifestado en la cruz en que aquel soldado le atravesó el corazón, es la gran fuerza que, al momento de derramarse sobre la humanidad, atrae a todos hacia Él. Y entonces Comboni concluye su relación, afirmando con plena confianza: “La Cruz tiene la fuerza de transformar al África Central en tierra de bendición y de salvación”.

Dos años después, en 1879, escribiendo a la misma Sociedad de Colonia, añade: “El Sagrado Corazón de Jesús palpitó también por los pueblos negros del África Central y Jesucristo murió igualmente por los Africanos. También acogerá Jesucristo, el Buen Pastor, a África dentro de su Iglesia. El misionero no puede recorrer sino la vía de la Cruz del Divino Maestro, sembrada de espinas y de fatigas de todo género. Por tanto, el verdadero apóstol no debe tener miedo de ninguna dificultad, ni siquiera de la muerte. La cruz y el martirio son su triunfo”.

Lo queremos subrayar otra vez. Para Comboni, la contemplación del corazón traspasado de Jesús, Buen Pastor, siendo fuente y razón de consuelo, de paz y confianza para cada uno de nosotros, “ladrones perdonados”, es también motivación profunda y fuerza irresistible que le impulsa a dar “mil vidas” si las tuviera, para que todos y, especialmente los últimos, según criterios humanos, se sientan como “alcanzados” por el infinito amor de misericordia, que encuentran en el corazón abierto de Jesús, su máxima revelación, su última Palabra.

 

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