Comprendo y respeto a quienes, por diversas razones, no quieren vacunarse. Algunos, por miedo; otros, por investigaciones científicas que atribuyen esta pandemia a consignas mundiales para el control de la población, o por los daños que las vacunas puedan producir, o porque algunas de éstas han utilizado fetos en sus orígenes remotos. Cuando analizan todo esto que les exponen, su conciencia les dice que no deben vacunarse. Son respetables y a nadie se debe vacunar contra su libertad. Yo confío en otros científicos, que nos dicen todo lo contrario. El Papa tiene unos asesores de primera calidad, y yo me fío también de ellos, sin menospreciar a los que manejan datos diferentes.
Discernir
El Papa Francisco, en su discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, dijo:
“En estos días vemos cómo la lucha contra la pandemia requiere aún un notable esfuerzo por parte de todos y cómo también el nuevo año se presenta desafiante. El coronavirus sigue creando aislamiento social y cosechando víctimas. Al mismo tiempo, hemos podido constatar que, en los lugares donde se ha llevado adelante una campaña de vacunación eficaz, ha disminuido el riesgo de un avance grave de la enfermedad.
Por lo tanto, es importante que se continúen los esfuerzos para inmunizar a la población lo más que se pueda. Esto requiere un múltiple compromiso a nivel personal, político y de la comunidad internacional en su conjunto. En primer lugar, a nivel personal. Todos tenemos la responsabilidad de cuidar de nosotros mismos y de nuestra salud, lo que se traduce también en el respeto por la salud de quien está cerca de nosotros. El cuidado de la salud constituye una obligación moral. Lamentablemente, cada vez más constatamos cómo vivimos en un mundo de fuertes contrastes ideológicos. Muchas veces nos dejamos influenciar por la ideología del momento, a menudo basada en noticias sin fundamento o en hechos poco documentados. Toda afirmación ideológica cercena los vínculos que la razón humana tiene con la realidad objetiva de las cosas. En cambio, la pandemia nos impone una suerte de “cura de realidad”, que requiere afrontar el problema y adoptar los remedios adecuados para resolverlo. Las vacunas no son instrumentos mágicos de curación, sino que representan ciertamente, junto con los tratamientos que se están desarrollando, la solución más razonable para la prevención de la enfermedad.
Por otra parte, la política debe comprometerse a buscar el bien de la población por medio de decisiones de prevención e inmunización, que interpelen también a los ciudadanos para que puedan sentirse partícipes y responsables, por medio de una comunicación transparente de las problemáticas y de las medidas idóneas para afrontarlas. La falta de firmeza decisional y de claridad comunicativa genera confusión, crea desconfianza y amenaza la cohesión social, alimentando nuevas tensiones. Se instaura un “relativismo social” que hiere la armonía y la unidad.
Por último, es necesario un compromiso global de la comunidad internacional, para que toda la población mundial pueda acceder de la misma manera a los tratamientos médicos esenciales y a las vacunas. Lamentablemente, se constata con dolor que, en extensas zonas del mundo, el acceso universal a la asistencia sanitaria sigue siendo un espejismo. En un momento tan grave para toda la humanidad, reitero mi llamamiento para que los gobiernos y los entes privados implicados muestren sentido de responsabilidad, … y adopten una política de desinteresada ayuda mutua, como principio clave para que el acceso a instrumentos diagnósticos, vacunas y fármacos, esté garantizado a todos” (10-I-2022).
Actuar
Estoy convencido de la bondad de las vacunas contra el Covid; por ello, aconsejo que todos las reciban. Pero, aun estando vacunados, seamos responsables y no expongamos la salud propia y de los demás, observando las recomendaciones que al respecto se nos han hecho. Y que la oración y los sacramentos nos contagien del amor misericordioso de Dios hacia nosotros y, de nosotros, hacia los demás. Nos salvamos o nos perdemos juntos.