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Sinodalidad y “relaciones de poder” en la Iglesia

By Lic. Luis Daniel Castro Rojas, Seminarista / Pbro. Manuel Enrique Chavarría Estrada, Pastoralista Diciembre 15, 2021

Partimos del principio que la sinodalidad, y no la democracia, es la forma política de la Iglesia. La palabra “política”, corrientemente la tenemos asociada a las relaciones de poder entre el Estado y los ciudadanos, los partidos políticos y los procesos electorales en una democracia representativa, formal y delegativa. Es decir, tiene que ver con las interacciones entre personas en una sociedad, dentro de las cuales existen relaciones de poder, innegablemente.

En el artículo anterior, habíamos concluido que las relaciones al interno de la Iglesia tienen por principio la caridad, la cual supera la simple tolerancia. La caridad es amar, lo cual es posible entre los discordantes y opuestos, gracias a la conversión, por la acción del Espíritu Santo. La democracia no exige ese amor al enemigo, sino que regula, por medio del Derecho, la convivencia de los opuestos pidiendo tolerancia y respeto, sin mayor compromiso con el otro.

Ahora bien, “política”, también, hace alusión a las reglas escritas y no escritas, con las cuales se relacionan los seres humanos, en distintos ambientes, se resuelve la cuestión de qué se va a hacer y cómo, en determinados casos y en cuanto al rumbo del grupo al que se pertenece. Por ejemplo, la familia, trabajo, escuela, en el barrio, de modo claro y consciente o de modo diluido e inadvertido: unos toman las decisiones y otros las respetan y aceptan, según su poder. Digamos que eso es la política, en su sentido más amplio.

Ahora sí, llegamos al punto.  Usar la palabra “política” para referirse a las relaciones humanas al interno de la comunidad eclesial, mejor aún, las comunidades eclesiales, como la diócesis, las parroquias, los grupos parroquiales, los movimientos, pequeñas comunidades y las comúnmente, llamadas “pastorales”, es adecuado para esa especie de “examen de consciencia”. Este es el natural análisis de cómo somos y cómo nos relacionamos los católicos entre nosotros, en esos ámbitos. Es decir, ¿cómo usamos el poder, sea para servirme para mí mismo o, como lo pide Jesús, para servir mejor a mis prójimos, en el Amor verdadero?

Como no estamos hablando de la participación en la política electoral o la política partidista (eso es tema aparte), podemos evaluar si nos estamos “amando” según el Evangelio, específicamente en las maneras o modos de relacionarnos los católicos, con respecto a quienes deciden y a quienes obedecen.

El principio de oro en la comunidad de los discípulos de Cristo es el servicio. Lo que civilmente se llamaría la autoridad política y las políticas públicas, en la Iglesia sinodalmente vista, sería el servicio en la caridad, propiamente en el caso de los pastores: el servicio pastoral. Los otros animadores, directores, coordinadores, dirigentes, catequistas, responsables, equipos, timón, etc., también tendrían que plantearse la “relación política” que tienen al interno y en relación con las otras comunidades eclesiales, como las antes mencionadas. Cabe, nuevamente, la pregunta: ¿Tengo miedo a involucrar mi vida en la misión pastoral y por el Evangelio hoy? ¿Tengo miedo al servicio comprometido y “jugármela” por Cristo?

Y en esto, paragonando con la organización del “poder” en las instituciones formales y otros mundos no eclesiales, cabe la pregunta sobre ¿cómo es la forma política que hemos escogido para relacionarnos? ¡Rica reflexión! Pues agudizando la mirada es fácil apreciar que unos son “monárquicos absolutistas”, al imponerse o al obedecer; otros “democráticos representativos” al escuchar a una supuesta mayoría; otros son  “unitarios”, están identificados sólo con la diócesis y su parroquia, sin ver más allá; otros, “federalistas”, es decir, se sienten asociados a otras comunidades eclesiales por relaciones políticas de contrato (me concedes y te concedo); otros, “republicanos soberanistas” o “independentistas”, es decir, independientes, a tal punto, que ni se les ocurre pensar en vincularse a comunidad eclesial alguna o si lo están es nominal, algo así, como la “Commonwealth”: sin mucho compromiso; etc., etc., etc. Etcéteras entre los cuales están los sinceramente sinodales: quienes buscan vincularse afectiva y pastoralmente con quienes caminan (=sinodalmente) y con las expresiones de comunidad eclesial con las cuales conviven, juntos y unidos por un mismo Espíritu.

La cultura “política” por promover en la Iglesia es la de la fraternidad, que supera, repetimos, al simplista esquema “de quien manda y quien obedece ciegamente”, según el trillado imaginario que se tiene sobre ella, y que no es su voluntad explícita. Conversión pastoral lo es, por tanto, la renovación de las relaciones para pasar de simplemente el dominio a relaciones “políticas” de servicio. Sinodalidad es diálogo, escucha, y comunión, como lo ejemplifican los órganos posconciliares de consejos de pastoral y asuntos económicos. Es un caminar discipular conjunto y unido al Espíritu dinámico, quien todo lo renueva, en Cristo, el Maestro, Camino, Vida y Verdad.

El punto “visible” de vinculación de la sinodalidad son los ministros ordinarios de “continuamente generar, sostener y profundizar la comunión”, es decir, los Pastores, en lugar insustituible y primero, los señores Obispos. La cuestión de la sinodalidad más que ser una cuestión política eclesial, que lo es también, no es sino la actualización de la ya vieja invitación a la comunión, participación y corresponsabilidad.

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