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“Grandes cosas ha hecho el Señor” (Lc 1, 49)

By Mons. Vittorino Girardi Stellin. Septiembre 21, 2021

El 2 de julio pasado, el movimiento de los Pequeños Hermanos de María celebró el 50 Aniversario de su fundación. El misionero comboniano padre Antonio Piacentini, quien falleció en Milán el día de la Solemnidad de la Inmaculada, el 8 de diciembre del 2002, después de un prolongado período de apostolado en Baja California Sur (México), a donde había llegado en el ya lejano 1948, fue el instrumento dócil, escogido por Dios, para que surgiera en la Iglesia este nuevo Movimiento laical.

Conocedor de la Legión de María y admirador de la espiritualidad de Carlos de Foucauld, el padre Piacentini fue madurando en su interior la idea de iniciar un Movimiento que tuviera como protagonista a los laicos.

Lo conocí y lo traté de cerca: en él todo era “normal”, sencillo y espontáneo en el trato, decidido pero respetuoso, parecía más apto para dejarse guiar que para guiar a otros… Pero el pensamiento de Dios no es el nuestro; Él escoge al que quiere para lo que quiere.

Tres experiencias místicas, extraordinarias, marcaron su vida y fueron luego fuente de inspiración para dar comienzo al Movimiento que en la actualidad está presente en cuatro continentes, América, Asia, África y Europa.

De las tres experiencias, la que más asemeja a las que tuvieron San Basilio y su hermana Santa Macrina (siglo IV-V) San Francisco de Asís (siglo XII) y en tiempo más cercano a nosotros, San Carlos de Foucauld, consistió en lo que los teólogos llaman la lectura que quema.

Una mañana (23 de octubre de 1968) estaba a punto de abrir el Evangelio -nos recordaba el padre Antonio- para su oración personal, como acostumbraba, cuando, de golpe, sintió que el Evangelio, Vida y Palabra de Jesús, se le grababa en el alma. “Sentí todo el Evangelio -escribió- la Palabra de Jesús, su vida, reflejada en mi alma. Eso fue muy bonito. Y exclamé, ¿qué pasa? Sentir todo sin leer , sin meditar, ¡Sin nada, sentir todo! Tenía la fuerza del Evangelio. ¡Momentos del Espíritu Santo! No puedo contenerme para no gritar de alegría y admiración. Sentí la gracia especial del Evangelio. Yo estaba ahí, y saboreando y no más, y seguía saboreando sin abrir el libro del Evangelio, sentía las palabras de Jesús”.

 

Presencia en el mundo

 

Había llegado el tiempo para que el padre Piacentini “contagiara” a otros esa misma experiencia de sentirse como “quemado dentro” por el Santo Evangelio, haciendo propia la afirmación y el proyecto de Jesús: “Fuego vine a traer a la tierra y ¿qué quiero, sino que arda?” (Lc 12, 49)

El padre Antonio Piacentini encontró a un superior eclesiástico comprensivo y que creyó en él. Era el Prefecto apostólico de La Paz (Baja California Sur), Mons. Juan Giordani, misionero comboniano como el padre Antonio. Y así, en la parroquia de Todos los Santos, de la que el padre Antonio era párroco, el 2 de julio de 1971, después del primer curso de los “Cinco Días de Luz”, oficialmente tuvo comienzo el Movimiento de los Pequeños Hermanos de María. Veinte años después, constatando el desarrollo y la fecundidad apostólica del movimiento, el Consejo Pontificio para los Laicos, otorgó su reconocimiento al movimiento de los Pequeños Hermanos de María, como una Asociación Internacional de Derecho Pontificio; era el 2 de julio de 1991.

Actualmente los Pequeños Hermanos de María están presentes en las siguientes naciones: México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica (su primera presencia, hace 40 años, se dio en Atenas, a donde llegó el mismo fundador, padre Antonio), Colombia, Ecuador, Argentina, Filipinas, Hong Kong, India, Corea, Italia y Mozambique en África… No había entonces que sorprenderse, de que, con ocasión de la celebración de los cincuenta años de fundación, se diera tan notable resonancia a nivel eclesial. La Santa Sede se hizo presente con una Bendición especial de nuestro Santo Padre Francisco; la penitenciaría apostólica concedió la posibilidad de obtener la indulgencia plenaria a lo largo de todo el mes de julio, ahí en donde se celebrara el 50 aniversario de fundación; el Card. Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos y la Familia, les envió a los Pequeños Hermanos de María, un mensaje en el que se refleja todo el apoyo de la Santa Sede y toda la admiración y gratitud por la fecundidad apostólica del Movimiento ahí donde está presente.

A estos actos de presencia y de agradecida participación, de parte de las Autoridades de la Santa Sede, se añadieron la del padre General, padre Desfaye Tadesse G., de los misioneros combonianos, y de los distintos Obispos y Pastores de las Iglesias en que el Movimiento está activamente presente.

Muchas veces lo hemos constatado en la historia de la Iglesia: así son las obras de Dios: nos sorprenden porque surgen y se desarrollan más allá y a veces en contra de nuestros cálculos humanos, y con medios en que nosotros, con “sabiduría humana” no hubiéramos pensado… Cuando sin prejuicio nos acercamos al Movimiento de los Pequeños Hermanos de María, debemos afirmar con la antigua expresión: “¡digitus Dei est hic!”, “¡aquí está el dedo de Dios!”.

 

Su carisma

 

En el origen del Carisma de los PHM, está ante todo la referencia a María, como el nombre mismo lo evidencia. Ella es contemplada, admirada e imitada como modelo para todos, modelo de fe, de humildad, de vida sencilla y pobre, de tierno amor a Cristo Jesús. Ella es la “virgen oyente de la Palabra” que tomó carne en ella por el poder y el “fuego” del Espíritu Santo, siendo así portadora, sagrario, del Evangelio… Y los Pequeños Hermanos se proponen encarnar el Evangelio para así testimoniarlo e irradiarlo.

Por otro lado, está la inspiración de vivir una vida contemplativa, de oración, unida al apostolado, retomando la herencia de San Carlos de Foucauld.

Es significativo, hacía notar el Card. Kevin Farrel en su Mensaje, que este 50 Aniversario de fundación caiga en este mismo año en que la canonización de Carlos de Foucauld haya sido aprobada, el 3 de mayo pasado, por el Papa Francisco. Podemos considerarlo -continúa el Card. K. Farrel-, como un pequeño pero elocuente signo de confirmación de la Iglesia Celestial, para que todos los que, de un modo u otro, pertenezcan al Movimiento, sigan la primigenia inspiración que el Espíritu Santo otorgó al Fundador, padre Antonio. Como San Carlos de Foucauld, él también soñó para el movimiento, una vida de consagración total a Dios, llevada adelante en la pobreza, en la sencillez, en la humilde fraternidad…, en una palabra, viviendo el Evangelio, “revistiéndose de Jesús”.

El Padre Antonio lo resumió todo proponiendo y exhortando a sus Pequeños Hermanos de María: “seguir a Cristo como único Señor e imitarlo como único modelo para que su vida continúe en nosotros”.

 

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