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“Y se dispersaron por todas partes”

By Mons. Vittorino Girardi S. / Obispo Emérito de Tilarán-Liberia Septiembre 09, 2021

El padre Segundo Galilea, particularmente experto en teología espiritual, ha lanzado en el ambiente teológico y misionero, una expresión que ha tenido mucho éxito. Acostumbraba a afirmar que, “nuestro futuro, se haya en nuestro pasado”. Quería decirnos que, volver a nuestros orígenes, a nuestro pasado, no sólo nos permite conocernos en profundidad, sino, que sólo así cabe proyectar y programar un futuro coherente y posible.

Para quien quiera acercarse a la historia del sucederse de éxitos y fracasos, de imposición y de expulsión, de martirio y de abandono… de pretendida difusión del cristianismo en el Extremo Oriente, y más concretamente, en China, constata toda la verdad de la intuición del padre S. Galilea.

La fuerza expansiva del cristianismo durante los primeros siete siglos de su existencia, supera toda expectativa y todo cálculo humano. Durante los primeros tres siglos, su expansión fue acompañada por el sucederse de las violentas persecuciones que, en lugar de frenarla, pareciera que la impulsara con renovada valentía y heroísmo.

Todos conocemos la afirmación de Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

Con el decreto de Milán de 313, con que el emperador Constantino el Grande concedía libertad a los cristianos, se abrían del todo las fronteras del imperio romano y, más allá de las mismas, para una mayor y rápida difusión del Evangelio.

Desde Antioquía de Siria, en donde por primera vez los discípulos de Cristo fueron llamados “cristianos”, la Nueva Religión fue difundiéndose hacia Oriente. Y consta con toda certeza que, en el año 635, el cristianismo ya había llegado a la capital del Reino de en Medio, en China.

El documento probatorio de esta afirmación es la muy famosa “Estela de Si-NGan-Fu”, encontrada en Changan (hoy Sian), con inscripciones grabadas el 4 de febrero de 781. Fue descubierta en 1625. En ella se aprecia una magnífica cruz con el título: “Lápida de la propagación en China de la religión luminosa, venida del gran Zzin”. El texto que sigue está grabado en chino y siriaco antiguo (estronghelo). Tiene una parte doctrinal y una parte histórica, sobre la peripecia de la difusión del cristianismo en China desde 625 a 781, y unos setenta títulos y nombres de misioneros, en siriaco antiguo. ¡Todo nos resulta asombroso!

El padre Víctor Aguilar, misionero comboniano de Costa Rica, presente actualmente en Macao (China) hace dos años ha defendido una muy apreciada tesis doctoral en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, precisamente, sobre esta primera y afortunada llegada del cristianismo en China. Un caso más en que el pasado ilumina el futuro.

La parte doctrinal de la inscripción de Changan, habla de Dios Uno y Trino, Creador; hace referencia al pecado original, habla del misterio de la Encarnación del Verbo, nacido de la Virgen; describe a Jesús como el Mesías que cumple las profecías, que funda la Iglesia, que enseña las ocho bienaventuranzas, que muere en la Cruz, resucita y sube al Cielo, dejándonos así el Nuevo Testamento. Se pasa luego a describir el Bautismo, la señal de la Cruz, la oración dirigiéndose a Oriente; se refiere a los sacerdotes que oran por los vivos y por los difuntos, celebrando la Eucaristía una vez por semana.

Es común afirmar de parte de los historiadores, que el cristianismo que llegó primero a China era de tipo “nestoriano”, es decir, de cuantos hacían propia la Cristología de Nestorio (siglo V), Patriarca de Constantinopla, pero que había llegado de Antioquía de Siria.

Con su modo de referirse a Jesús, Nestorio ponía en peligro la unicidad de la Persona de Cristo. Él insistía en las dos naturalezas (la humana y la divina) de Jesús y no podía comprender cómo las dos naturalezas subsistieran en perfecta unidad en la única persona divina de Jesús. Esto lo llevaba lógicamente a afirmar que María en lugar de merecer el título de Madre de Dios, sólo podía ser llamada madre del Hombre Jesús…

Sin embargo, actualmente, desde muy diferentes perspectivas teológicas e históricas se ha llegado a un consenso: el primer cristianismo que llegó a China (el de la dinastía Tang) no fue ni herético nestoriano, ni sincretista. Y la recordada Estela de Si-NGan-Fu lo confirmaría.

Con la caída de la poderosa dinastía Tang (907), el cristianismo en China experimenta una profunda decadencia y casi desaparece. Sin embargo, en los siglos XI-XIII hay un reflorecimiento del mismo gracias a los misioneros que llegaban de las iglesias del Sur de Asia. Por los años 1275-1292, el veneciano Marco Polo que viajó a esos lejanos territorios, informaba que había encontrado a cristianos en el norte, centro y sur de China.

Investigaciones llevadas a cabo en los años treinta del siglo pasado, informaron de los últimos descendientes de esos antiguos cristianos chinos, con usos que recuerdan el Bautismo, la Confesión, el Matrimonio y la Unción de los Enfermos…

La posible evangelización del coloso chino pasó por varias épocas e intentos, con momentos de notables éxitos y otros de abierta y prolongada persecución. En ese subcontinente, el cristianismo nunca dejó de ser considerado como una “religión extranjera”, por completo ajena a lo propiamente chino…

Un factor que influyó notablemente en ese modo común de pensar fue el de los llamados Ritos Chinos. Entre los temas de discusión relativos a estos Ritos, ocupaba un lugar primario el de las manifestaciones de obsequios tributados a los propios difuntos y a Confucio. En todas las familias se guardaban unas tablillas en honor a los antepasados, ofreciéndoles incienso y perfumes, y encendiéndoles lámparas. Por su parte, los intelectuales, para conseguir un título oficial en escuelas superiores, tenían que emitir un juramento de fidelidad a Confucio.

El difícil problema de los Ritos Chinos atraviesa y, a la vez, frena toda la historia de las misiones en China. Les correspondió a Pío XI y a Pío XII, en 1935 y en 1940, el mérito de enfrentarse y finalmente superar lo que el mismo Pío XII parece que llamara “la maldita cuestión de los Ritos”. Ellos reconocieron que estos Ritos eran ritos puramente civiles que bien podían ser expresados y practicados por los chinos cristianos.

Cuando parecía que se abría así más ampliamente la posibilidad de una mayor y más intensa evangelización en China, estalló en ella la revolución comunista que aún hoy mantiene una política abiertamente persecutoria hacia el cristianismo.

¿Qué cabe esperar? Es el momento en que estamos llamados a, como Abraham, “esperar en contra de toda esperanza”, poniendo nuestra confianza en Aquel que hoy como siempre nos repite: “Ánimo, soy yo, tengan fe, yo he vencido el mundo y estaré siempre con ustedes”.

La humilde, pero valiente presencia comboniana en China, se mantiene por esta misma seguridad, de que el Señor de la Historia es Jesús, que actúa suave, pero fuertemente en ella.

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