A recordar, pues, las proezas del Señor con su antiguo pueblo de Israel, con el nuevo, la Iglesia de Jesucristo, con nosotros como pequeñas comunidades y hasta como individuos. Recordar lo mucho bueno que el Señor ha hecho, y está haciendo, en nuestras vidas, y de ese modo seguir esperando. Eso sí, aprovechar cualquier situación, la pandemia, por ejemplo. Para convertirla en bien, de acuerdo al dicho popular de que “no hay mal que por bien no venga” en el aquí y ahora, y para el futuro.
Le puede sorprender, como a mí en un principio, lo que afirma el Padre Larrañaga, que Dios no tiene ninguna obligación y nosotros ningún derecho. ¿Cómo? ¿No es nuestro Creador y Padre? En todo caso, yo me quedo con esto otro, que no tiene por qué satisfacer nuestras esperanzas; está obligado únicamente a cumplir sus promesas. Y lo que ocurre es que no las cumple tal y como nosotros esperábamos, y lo hace así porque no concuerdan con sus designios. De ahí la “necesidad” de la virtud de la prudencia al pensar, hablar y actuar con respecto a Dios y sus planes, sin perder la virtud de la esperanza.
En todo caso, siempre y en todo, el pedir “hágase tu voluntad” (Mateo 6,10) y estar dispuestos a hacerla, que es lo mejor. Nos dan ejemplo de ello el mismo Jesús, María, santos y almas buenas de todo tiempo y lugar. A imitarlos, pues, y seguir esperando lo mejor, en medio de la pandemia o cualquier otro mal.