Para los creyentes, la fe es esencial, no accidental. Al respecto, la Constitución pastoral Gaudium et spes, número 18, claramente dice: “La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado”. Por tanto, la fe nos habla de la vida después de la muerte, de un destino trascendente y definitivo, mucho más allá de lo meramente mundano e inmanente.
Se expone también, en el número 19 de esta Constitución: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva”.
Terminado el tiempo pascual, los cristianos no debemos apagar la luz de la fe; al contrario, es momento para seguir proponiendo al mundo la esperanza en la vida después de la muerte; de lo contrario, ¿qué quedaría?, solo el sepulcro frío y vacío. Ya decía San Pablo: “vana sería nuestra fe si Cristo no hubiese resucitado”.
El Papa Francisco, en su primera Encíclica, Lumen fidei, precisamente exponía el rechazo a la fe en el mundo contemporáneo, pensando o proponiendo que la fe es cosa del pasado, que no es algo para la persona de hoy. Nada más lejano a la realidad como él mismo lo plasma en este documento que nos ilumina sobre la fe.
“Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios”, (Lumen fidei, número 4).
Desde la familia, en la Iglesia, en el lugar de trabajo, en el centro de estudio, transmitamos la fe, seamos portadores de la Buena Noticia; que no nos dé miedo anunciar el Evangelio.
La fe, que nos revela el amor de Dios, debe también encaminarnos a cuidar la propia vida y la de los demás. La fe nos ayuda a iluminar la dignidad del ser humano, por el cual, Dios entregó a su propio Hijo.
La fe nos ayuda a ponernos en diálogo con los demás, a contribuir a mejorar la sociedad si podemos transmitir la esperanza en Cristo y el amor que nos ha ofrecido desde la cruz.
En momentos de oscuridad, la fe nos brinda luz; en momentos de dificultad, la fe nos ayuda a salir adelante. Abracemos al Señor de la vida para que podamos caminar con ilusión verdadera y esperanza renovada.
La fe también nos impulsa a entrar en relación constante con Dios. ¡Dejémonos iluminar y animar siempre por la fe!
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