Tuvo la inmensa virtud de que, infatigable y tenaz, recorrió casi todo el territorio nacional, en largas y penosas jornadas evangelizadoras. Eso explica que, por el genuino amor hacia sus semejantes, así como por el conocimiento que tenía del país, a inicios de 1901 aceptó una invitación, -que para muchos pasó totalmente desapercibida-, pero que alrededor del 5 de junio, en el Día Mundial del Medio Ambiente, cobra especial vigencia.
En efecto, en febrero de 1901, preocupado por la deforestación que ya se advertía en el país y por la carestía de agua en la capital, en una sesión de la Municipalidad de San José, el regidor Ciriaco Zamora Villalta propuso instituir el Día de los Árboles, para educar a la población, y sobre todo a los niños y jóvenes, acerca de la importancia de conservar los árboles y las fuentes de agua. Su propuesta fue bienvenida y aprobada, y se acordó celebrar esa festividad el 1° de mayo siguiente, aunque después debió trasladarse para el 15 de mayo, día de San Isidro Labrador.
Se ignora exactamente cómo ocurrió esto, pero en cierto momento sus organizadores consideraron pertinente y oportuna una reflexión de parte del obispo Thiel, y le solicitaron un pronunciamiento para tan importante ocasión. Es de suponer que, al menos en parte, ello obedeció a un artículo intitulado Repoblación de árboles, aparecido en la edición del 23 de febrero en El Eco Católico, muy posiblemente escrito por Thiel y, si no, al menos avalado por él.
Dicho artículo aludía a la necesidad de reforestar, sobre todo para conservar el agua de los manantiales que abastecían la capital. En un pasaje preguntaba con vehemencia: «¿Cuántos son los bosques y los árboles que se derriban constantemente, sin pensar nunca en repoblarlos ni reponer los tan interesantes [importantes] de las cabeceras de los manantiales y orillas de las quebradas y ríos?». Asimismo, más adelante argumentaba: «Se presenta una cuestión, un problema, y es que el derecho de propiedad permite al propietario hacer dentro de su terreno lo que quiera, así como destruir los árboles y dejar por consiguiente las orillas de los manantiales escuetos: mas, comprenderemos que este es si se quiere un abuso, porque se infringe una ley natural que perjudica no sólo a los mismos poseedores sino a tantos otros semejantes que derivan un beneficio positivo del sostenimiento y conservación de las fuentes de agua».
Con este antecedente, más el gran respeto que se le profesaba al obispo, quizás los ediles josefinos no dudaron en cuanto a que Thiel podría expresar ideas y planteamientos que provocaran un remezón en la conciencia de los ciudadanos. Y, en efecto, en respuesta a su invitación, los regidores recibían la siguiente misiva, fechada el 4 de mayo:
Muy señores míos:
Durante mi último viaje a la provincia de Guanacaste, recibí su atenta carta del 15 de abril pasado, contraída a convidarme a que colabore con U.U. en la solemnidad de la “Fiesta de los Árboles”.
Veo que U.U. quieren imitar en Costa Rica la idea iniciada en Italia por el Ministro de Instrucción Pública, del Doctor [Guido] Baccelli, y acogida con entusiasmo en algunas repúblicas sudamericanas; y que al efecto se ha formado aquí un Comité organizador de la fiesta en el cual U.U. figuran como miembros.
Con gusto correspondo a su invitación de colaborar en cuanto me corresponda a la realización de su proyectada fiesta.
El proyecto de despertar en nuestra juventud de ambos sexos, tanto de enseñanza primaria como secundaria, el amor por la naturaleza exterior, y con preferencia a los árboles, por medio de exposiciones teóricas claras y sucintas, y la práctica de la siembra de árboles, rodeada de todo el aparato de una solemnidad exterior que conmueva los ánimos juveniles y les deje impresiones favorables y permanentes para toda la vida, es digno de toda alabanza, por la utilidad que ha de producir en el porvenir a la patria.
Durante muchos años, especuladores sin escrúpulos, sin previsión de los daños que hacían, y sin sentimientos estéticos, atraídos únicamente por el lucro del momento, se ocupaban en Italia en cortar todos cuantos árboles podían comprar, ya en los bosques, ya en los caminos públicos, en las orillas de los ríos y en las propiedades privadas. Su proceder hubiera sido funestísimo para el país, si el gobierno, justamente alarmado, no hubiera puesto término a sus devastaciones y ordenado una nueva siembra general de árboles en todo el Reino.
El Doctor Baccelli, uno de los médicos más célebres de Italia, entonces Ministro de Instrucción Pública, fue el principal promotor de la medida gubernativa. Él no solo demostró que los árboles son muy útiles y de gran ornato, que dan sombra y alegran la vista, que impiden el lavamiento y empobrecimiento de los terrenos altos, que favorecen y regularizan el descenso de las lluvias, sino que quiso también que el recuerdo de la replantación de árboles en Italia fuese celebrado por medio de una solemnidad, en la cual debían tomar parte todas las escuelas primarias y secundarias, los profesores, inspectores, y hasta el Ministro debía realizar una solemnidad en favor de los árboles y arbustos con su presencia.
En 1900 asistieron el rey y la reina en persona a la fiesta de los árboles. El Ministro o alguna persona designada por él pronuncia un discurso, sigue la siembra de árboles por los alumnos de ambos sexos, con un entusiasmo admirable. Durante la plantación se canta un himno a los árboles, sigue un ligero refresco con brindis diversos, y por fin desfilan niños y niñas delante del Ministro y demás autoridades.
En Roma fue escogido el vasto terreno de la Farnesina, situado cerca de Ponte Molle, para la siembra de los árboles, y ya sueñan los habitantes de Roma en las alegres tardes que han de pasar más tarde a la sombra de los árboles sembrados por manos juveniles, saboreando los vinos de los Castelli romani.
En Costa Rica la destrucción de los árboles está muy lejos de sentirse de la misma manera como en Italia. Tenemos todavía bosques inmensos seculares, y aún en el interior, en donde prevalecen las plantaciones de café, y la siembra de ese arbusto de regular tamaño, es favorable a la de los árboles protectores; sin embargo, sentimos aquí la desaparición de ciertos árboles utilísimos en construcción, como el cedro [Cedrela odorata], la caoba [Swietenia macrophylla] y otros. Los centenares de miles de cedros y caobas que existían al principio del siglo XIX en el interior, en las provincias de San José, Heredia, Alajuela y Cartago, han sido cortados, sin sembrar un solo árbol. Esto es triste, y ahora lo sentimos viéndonos en la necesidad de traer las maderas de construcción de los lugares más remotos accesibles, en donde también disminuyen cada día más. En la provincia de Guanacaste se han explotado igualmente las maderas útiles: el cedro, la caoba, el Brasil [Haematoxylon brasiletto] en los últimos veinte años en tal escala, sin pensar en la resiembra, que estos árboles se deben llamar ya raros y escasos en la provincia.
El peligro de la desaparición de los árboles valiosos y útiles nos amenaza, luego, necesario es que se despierte el interés y entusiasmo por la replantación de ellos.
El constante aumento de la población exige que cada año se dedique un área mayor a la agricultura y pastos de animales, luego han de disminuirse paulatinamente los bosques. Sin embargo, como éstos desempeñan un papel importante en la climatología del país, la misma legislación que ahora prohíbe el corte de los árboles en las orillas de los ríos y quebradas debería también reglamentar el desmonte de los bosques, eximiendo, por ejemplo, las zonas altas y cumbres de las montañas, y ordenando, en los puntos en donde el hombre por inconsideración ha ido demasiado lejos en los desmontes, la resiembra de cedros, caobas y otros árboles útiles.
La “Fiesta de los Árboles” iniciada por U.U. despertando el entusiasmo en la juventud e ilustrando con discursos prácticos y adecuados las masas populares sobre el papel importante que tienen en la naturaleza los árboles, preparará el terreno para que las disposiciones legislativas que en tal sentido fueren dadas, sean recibidas con aplauso por los pueblos, y respetadas y ejecutadas con buena voluntad.
Bajo estos puntos de vista aplaudo la fiesta nueva proyectada y deseo U.U. alcancen un éxito feliz.
El peligro que asoma en esta clase de empresas, como se ha notado en Italia y otras partes, consiste en que ciertos elementos de la sociedad que carecen de fundamentos religiosos sólidos, aprovechen estas ocasiones para hacer propaganda para sus falsas ideas naturalistas y positivistas que rechaza el pueblo cristiano. En varios discursos pronunciados en tales fiestas en otras partes, se nota una tendencia a encomiar cierto neo-paganismo moderno, ideal de algunos ilusos. Con tales tendencias malsanas se hacen sospechosas y se destruyen medidas en sí utilísimas.
Espero que en Costa Rica se sabrá evitar estos escollos.
Siento que mis ocupaciones no me permitan tomar personalmente parte en la “Fiesta de los Árboles”, que como he visto, ha sido transferida al 15 de este mes, pero la acompaño con mis simpatías más vivas”.
De U.U. Atto. Servidor y Capellán,
Bernardo Augusto, Obispo de Costa Rica
Su legado póstumo
Cabe acotar que en nuestro artículo en la revista Herencia -disponible en internet- hay varias notas aclaratorias, que permiten entender mejor el contenido de esta carta.
Llama mucho la atención que, al final, Thiel no hiciera ninguna alocución en la Fiesta de los Árboles, efectuada con gran boato en La Sabana, y a la que asistieron unas 6000 personas. Más bien, el orador de fondo fue el gran intelectual cubano Antonio Zambrana, quien fue sucedido por el célebre poeta peruano José Santos Chocano -que había llegado al país tres semanas antes, con fines diplomáticos-, con un poema inédito, escrito para la ocasión.
Pocos días después, Thiel partió de San José, en una gira por San Ramón, Puntarenas y Guanacaste. Mientras transitaba por esta última provincia, enfermó seriamente, al punto de que murió en la capital el 9 de setiembre, cuatro meses después de escrita la carta. De alguna manera, dicha carta representaba un legado póstumo, pero quedó soterrada en el olvido. Es de suponer que el edil Zamora la conservó en sus archivos. Lo cierto es que apareció en la prensa 22 años después (Diario de Costa Rica, 12-X-1923, p. 3), cuando se inauguró la estatua de Thiel en los jardines de la Catedral Metropolitana, y fue de ahí que la transcribimos para nuestro artículo.
Para concluir, no hay duda de que el pronunciamiento de Thiel fue esclarecedor, oportuno y visionario en cuanto a la deforestación que ocurría en Costa Rica y, sobre todo, a la necesidad de emprender acciones concretas, con programas de reforestación adecuados. Aunque casi de seguro sus ideas tenían una fuerte influencia del botánico suizo Henri Pittier, el ingeniero forestal sueco Alfredo Anderson y el ingeniero Austregildo Bejarano Solano -graduado en Bélgica-, lo importante es que esta carta provenía del máximo jerarca de la Iglesia, algo insólito en Costa Rica, y sobre todo en una época tan distante.
En tal sentido, plenamente congruente con la actual encíclica Laudato Si’, la carta de Thiel es de gran valor histórico pues -aunque habría que indagar más al respecto- posiblemente sea la primera en América Latina en la que un alto jerarca de la Iglesia católica se pronunció con tal conocimiento y amplitud acerca de la deforestación y la conservación de la naturaleza.
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