Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal en la Jornada de la Vida por Nacer:
Hoy, 25 de marzo, conmemoramos la Solemnidad de la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Virgen María y la encarnación en ella del Hijo de Dios. María, una joven comprometida con el justo José, enfrenta una situación de escándalo, queda embarazada sin la intervención de un varón, por obra del Espíritu Santo. Un embarazo en crisis, marcado por el dolor y la incertidumbre según los hombres, pero acontecimiento en el que Dios sale al encuentro de María y José, iluminando el corazón de él a través de un sueño, en el que el ángel le revela la grandeza del misterio que está sucediendo.
Coincidiendo con la solemnidad de la Encarnación del Señor celebramos la Jornada de la Vida por Nacer. Elevamos hoy nuestra voz para proclamar con alegría y convicción la dignidad inviolable de toda vida humana desde el momento de la concepción. La vida es un don sagrado de Dios, un regalo que hemos de acoger, proteger y promover con amor y responsabilidad.
En una sociedad donde la cultura del descarte amenaza especialmente a los más vulnerables, queremos reafirmar nuestro compromiso inquebrantable con la vida, particularmente con aquella que está por nacer y que muchas veces no tiene quien la defienda. La Iglesia, fiel al Evangelio de la vida, sigue proclamando que cada ser humano, sin importar su condición o etapa de desarrollo, es un hijo amado de Dios y merece ser acogido con respeto y ternura.
Cuaresma, camino de reconciliación y de esperanza
Cuando iniciamos el tiempo de Cuaresma, particularmente en este año Jubilar, invitamos a todos los fieles a dejarse alcanzar por la misericordia de Dios que quiere reconciliarnos para sanar nuestra vida, nuestras relaciones, para que podamos caminar juntos en esperanza.
En la Sagrada Escritura, caminar en la esperanza es propio de aquellos a quienes Dios llama. Le dijo a Abraham: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Gn 12,1). Posteriormente, cuando el pueblo estaba cautivo en Egipto, Dios lo llamó por medio de Moisés a salir de aquella tierra hacia la libertad prometida, les mandó decir: “He decidido sacarlos de la opresión egipcia y hacerlos subir… a una tierra que mana leche y miel” (Ex 3,17).
Después de que Juan (el bautista) fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1, 14-15; Mt 4, 17) Signos de la misericordia acompañaron su predicación, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal (Pref. Común VIII). De esta manera, inaugura Jesús su predicación, en la que anuncia la iniciativa divina de acercarse a la humanidad de una forma nueva, su mensaje manifiesta la grandeza de Dios como Padre compasivo y salvador, destellando así un rayo de esperanza. Convertirse significa tomar otra dirección, cambiar de rumbo, es romper la cerrazón del corazón, abandonar la autosuficiencia. Es posible por la fe, la confianza de abandonarse al poder salvador de Dios.
A nosotros nos impulsa también el Espíritu al desierto cuaresmal para caminar, como lo hizo Abraham e Israel, hacia el monte santo de la Pascua, la verdadera patria del Cielo que Jesucristo mismo nos muestra. Y este camino lo hacemos juntos, como Iglesia.
Al emprender el camino, sabemos muy bien que encontraremos obstáculos, dificultades, dudas e incluso el deseo de regresar. El mayor de los obstáculos es el mismo pecado. Los israelitas cruzando el desierto, empezaron a dudar de si Dios estaba realmente con ellos (Cf. Ex 17,7) y perdieron de vista el horizonte y la esperanza de la tierra prometida. Por ello, solo llegaron a la tierra de Canaán aquellos que se volvieron a Dios e imploraron su misericordia. También nosotros, estamos llamados a poner nuestra mirada en Dios y decir, como el salmista, “nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia” (Sal 123).
Comunicado de los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica.
En momentos de incertidumbre y conflictos que afligen a tantas regiones del mundo, el Santo Padre, el Papa Francisco, nos ha convocado a una Jornada de Oración y Ayuno por la Paz el próximo 7 de octubre. Esta invitación, nacida de su profunda preocupación por la violencia, la injusticia y el sufrimiento de tantos pueblos, es una oportunidad para unirnos en una súplica ferviente por la paz, esa paz que sólo puede provenir del Señor.
Su entrega total al servicio en la Iglesia y su incansable discipulado misionero. Estas fueron dos de las principales características de Mons. Hugo Barrantes que recordaron las personas presentes en su funeral, celebrado esta mañana, en la Catedral Metropolitana Santuario Nacional San José.
Monseñor Hugo Barrantes Ureña, Arzobispo Emérito de San José quien falleció esta tarde, provenía de una familia capesina. Nació en San Isidro de El General, el 21 de mayo de 1936. El segundo de los siete hijos de don Félix Barrantes Elizondo y Argentina Ureña Chinchilla. Fue bautizado el 14 de junio de 1936 en la Iglesia Parroquial de San Isidro del General por el Padre León Nathrat C.M.
Hizo la Primera Comunión en la Solemnidad del Corpus Christi del año 1944, siendo el celebrante el Padre Bernardo Drüg C.M. La Confirmación la recibió en abril de 1945, en una visita pastoral de Monseñor Víctor Sanabria Martínez. Ambos sacramentos los recibió en la Iglesia Parroquial de San Isidro.
Formado en Bélgica
Entre 1944 y 1949 cursó sus estudios primarios en la Escuela Mixta de Ureña. Los estudios secundarios los empezó en la Escuela Complementaria de Pérez Zeledón y los terminó en el Seminario Menor de Nuestra Señora de los Ángeles en Tres Ríos. La filosofía y la teología las cursó en el Seminario Central de San José, entre 1956 a 1961.
El 19 de marzo de 1961 en la Capilla del Seminario Central fue ordenado diácono por el Arzobispo de San José, Mons. Carlos Humberto Rodríguez Quirós.
El 23 de diciembre de 1961, Mons. Delfín Quesada Castro, primer obispo de San Isidro de El General, en la primera ordenación de la nueva Diócesis, lo ordenó presbítero en la Catedral de San Isidro.
De 1962 a 1964 realizó estudios en la Universidad Gregoriana, en Roma, obteniendo la Licenciatura en Derecho Canónico.
Entre 1964 y 1965 siguió estudios en el Instituto Lumen Vitae, Bruselas, Bélgica, donde logró un diplomado en Catequesis de Adultos. En 1998 obtuvo el grado de Bachiller en Teología en la Universidad Anselmo Llorente y La Fuente.
Ordenación presbiteral del entonces Padre Barrantes en la Catedral de San Isidro.
Párroco rural