Durante su existencia terrenal permaneció oculta y en silencio, por así decirlo, cuando falleció en su funeral había apenas 30 personas. Pero el día de su canonización, el 17 de mayo de 1925, hace 100 años, había 500 mil fieles en El Vaticano.
En el contexto del centenario de la elevación a los altares de Santa Teresita del Niño Jesús, cabe recordar la vida de esta Doctora de la Iglesia y Patrona Universal de las Misiones.
Nació en Francia el 2 de enero de 1873, en el seno de una familia muy religiosa. Sus papás, los santos Celia Guerin y Luis Martin, tuvieron nueve hijos, cuatro fallecieron pequeños y las cinco hijas restantes tomaron los hábitos.
Celia tenía 40 años de edad cuando dio a luz a Teresa, como no podía dar de mamar, tuvo que enviarla con una nodriza, como era costumbre en la época, durante un año. Cuando la pequeña regresó, se encontró con un hogar lleno de fe, caridad y amor.
No obstante, cuando apenas tenía 4 años de edad, su madre falleció, a causa de un cáncer de seno. La familia se muda a Lisieux, allí son acogidos por el hermano de Luis.
Teresa es una niña madura para su edad y goza de buenas calificaciones, sin embargo, no la pasa bien en la escuela benedictina, sus compañeras no la tratan bien y no logra adaptarse. Describió esta época como los años más tristes de su vida.
Sumado a esto, su hermana Pauline, que había sido como una segunda mamá para ella, decide entrar al convento. Esto la llena de tristeza y agobio. A los 10 años cae gravemente enferma, tuvo fuertes dolores de cabeza, alucinaciones y no comía, por mencionar dos padecimientos.
La virgen le sonrió
Los médicos temían su muerte. Sin embargo, ocurrió un hecho milagroso. Teresa contó que el 13 de mayo de 1883 una estatua de la Virgen María le sonrió, a partir de ahí sanó repentinamente. Ahora más que nunca lo tiene claro, su vocación es ser religiosa.
En medio de esto, su hermana Marie falleció, otro duro golpe. Nuevamente, Teresa enferma, sufre una crisis de nervios y llora continuamente. Asimismo, se muestra muy sensible al pecado y a la culpa.
La noche de Navidad de 1886, tras la vivencia de la Misa, de la Palabra de Dios y de la contemplación del Niño Jesús, experimentó una conversión. Sintió que recibía las fuerzas que tanto anhelaba.
Entonces, se dispuso como nunca a sortear todos los obstáculos que hubiera para convertirse en religiosa. Era apenas una preadolescente, por lo que requería el permiso de sus familiares y de que fuera aceptada a tan pronta edad. Consiguió el sí de su papá, pero su tío le pedía que esperara hasta los 17 años de edad.
En 1887, al enterarse de un asesino que mató a tres mujeres en París, rezó por él, pues quería a toda costa sacarlo del infierno. El hombre fue condenado a la guillotina, pero según supo al momento de morir besó una cruz. Teresa se alegró mucho y lo llamó su “primer hijo”.
El plan de entrar al convento presenta más obstáculos. El superior carmelo y el obispo tienen inquietudes sobre permitir el ingreso a una edad temprana al convento, incluso se habla de que van a subir el mínimo a 21 años. Teresa consigue una cita con el obispo para manifestarle su deseo, pero sin mayor éxito.
Habló con el Papa León XIII
Había hablado con la madre superiora, con el superior carmelo y el obispo y no había tenido suerte… Solo faltaba que hablara con el Papa. Y de hecho, así fue. Hizo una peregrinación a Roma, Italia, con un grupo de peregrinos.
Allí, observó que es necesario orar por los sacerdotes, quienes tienen una “vocación sublime”, pero pueden ser “débiles y frágiles”. Comprendió que su vocación no era solo rezar por la conversión de los grandes pecadores, sino también rezar por los sacerdotes.
El grupo de peregrinos obtuvo una audiencia con el Papa León XIII, sin embargo, se les dejó claro que Su Santidad no podía detenerse a conversar con cada uno, así que estaba prohibido hablar con él. Pero cuando pasó delante de Teresa, ella le dijo: “Santísimo Padre, tengo que pedirle una gracia muy grande”.
El Sucesor de Pedro se detuvo, el vicario le explicó que era una chica que deseaba entrar al Carmelo. “Hija Mía, haced lo que los superiores le digan”, dijo el pontífice. A lo que ella respondió: “Oh Santo Padre, si usted dice que sí, todo el mundo lo aprobaría”.
León XIII replicó: “Vamos a ver... ¡Entrará si Dios lo quiere!”. Teresa no parecía satisfecha con esa respuesta, se quedó con las manos cruzadas sobre las rodillas del Papa. Al final, dos guardias la levantaron y la acompañaron a la salida.
Al principio, Teresa vería esto como un “fiasco”, pero escribiría a su hermana que Dios le había dado las fuerzas para soportarlo. Paralelo a esto, un periodista publicaba un artículo sobre una chica de Lisieux que se atrevió a dirigirle unas palabras al Papa. Quizá, la única vez en la que ella, en vida, iba a dar de qué hablar.
Pero a pesar de todo, comienza a surgir una esperanza. El vicario dice que va a apoyar su solicitud de ingreso al Convento. A su regreso, se genera toda un debate en torno a la muchacha, unos están de acuerdo en que entre al convento, otros en que no.
En la víspera de Navidad, aniversario de su querida conversión, en medio de lágrimas, comprendió que era un error imponer una fecha para su ingreso al carmelo y se entregó a la voluntad de Dios.
Ingreso al Carmelo
Un día antes de su cumpleaños número 15, recibió la respuesta del obispo: Había cambiado de opinión e iba a permitir su ingreso al Carmelo. El 9 de abril de 1888 fue recibida en el monasterio de las carmelitas descalzas de Lisieux. En el monasterio ya estaban sus hermanas, Paulina y María.
Fue feliz en el convento, a pesar del trato frío y duro que a veces recibió de parte de la Madre Superiora y otras religiosas, pero que incluso agradeció, como parte de su maduración y crecimiento.
En el transcurso de 1890, leyó las obras de San Juan de la Cruz, al que convirtió en su maestro espiritual. Profundiza también en el sufrimiento de su padre, internado en un hospital para enfermos mentales, debido a una terrible arterioesclerosis en el cerebro.
Fue un tiempo de meditación en el sufrimiento de Cristo. Su papá, que había sido como una figura de su Padre Celestial, ahora irreconocible se le mostraba como Cristo, humillado. Su padre falleció en 1894.
Después de mucha reflexión, Teresa profundiza en la Paternidad de Dios, que es Amor Misericordioso, expresado en su Hijo Jesús encarnado. La vida cristiana es la vida del Padre como un niño “hijo en el Hijo”, inaugurada en el bautismo y vivida con absoluta confianza. "Si no vuelves a ser como niños, no entrarás en el Reino de Dios", dice Jesús (Mt 18,3).
Madre Agnès, su hermana Paulina que fue nombrada priora, le ordenó que escribiera sus recuerdos de infancia. Thérèse obedeció y escribió 86 páginas en un pequeño cuaderno.
Fallecimiento
Cada vez más atormentada por la preocupación por los pecadores que no conocen este Amor Misericordioso y con la salud deteriorada por la tuberculosis, utiliza sus últimas fuerzas para enseñar el Camino de la Infancia a los cinco novicios de los que es responsable y a dos hermanos espirituales, sacerdotes misioneros para África y China.
Escribe y reza, quiere “hacer el bien en la Tierra, después de su muerte, hasta el fin del mundo”. Así lo hace. Teresita del Niño Jesús falleció el 30 de septiembre de 1897. Tenía solo 24 años de edad.
Un año después de su fallecimiento, apareció un libro compuesto a partir de sus escritos: La historia de un alma que iba a conquistar el mundo y da a conocer a esta joven hermana que había amado a Jesús hasta el punto de “morir de amor”.