Monseñor José Francisco Ulloa Rojas, obispo emérito de la diócesis de Cartago, fue ordenado presbítero el 19 de diciembre de 1964, por lo que está celebrando su 60 aniversario de vida sacerdotal. En octubre de 2020, con motivo de cumplir sus 80 años, Eco Católico publicó una entrevista que, para aquella ocasión este servidor le realizó en su casa de habitación en Cartago. Con el permiso de Monseñor, hemos querido reproducir aquella entrevista, adaptando algunos conceptos a este acontecimiento tan significativo, como es, el sexagésimo aniversario de su ordenación presbiteral.
Monseñor Ulloa: llega usted a 60 años de vida presbiteral, con muy buena salud, y una lucidez que ya quisieran tener muchos jóvenes: ¿qué pensamientos pasan por su mente al cumplir este aniversario?
El primer pensamiento que pasa por mi mente es que el Señor me ha llevado tan rápido en esta vida, que no he sentido pasar los años. Posiblemente, por las diversas y variadas oportunidades que se me han presentado en mi caminar durante estas seis décadas de servicio pastoral, y que he disfrutado intensamente. Un segundo sentimiento es de gratitud al Señor y a la Virgen María por tantas cosas lindas que he vivido a lo largo de mi existencia y que he saboreado con mucha alegría. Otro sentimiento que me llena es de asombro por las sorpresas que Dios me ha ido presentando en la vida, al llamarme como instrumento suyo al servicio de los demás, a pesar de mis debilidades y limitaciones.
Monseñor; Padre Ulloa, o simplemente “Pancho”: ¿cómo se siente más cómodo?
Personalmente me siento con más confianza y más cercano a la gente, a mis amigos, a los sacerdotes cuando me llaman “Padre Ulloa”, o Pancho, como me han llamado mis parientes, en su momento mi mamá, mis hermanos y hasta “Panchito”, para algunos. Todavía existen algunos compañeros o contemporáneos del proceso formativo del Seminario, que me llaman por el apodo con que me conocieron: “Tique”. Pueden seguirme llamando padre Ulloa, Pancho, o incluso “Monse”, como me suelen decir algunas personas, entre ellas algunas amistades y parientes cercanos.
¿Cómo nació su vocación sacerdotal… cuándo percibió Usted ese primer aviso del Señor?
Siempre he considerado la vocación al ministerio sacerdotal, como don y misterio. En ciertas ocasiones me he preguntado ¿Por qué yo? No he recibido respuesta, porque es algo que entra dentro del proyecto divino para cada uno, que es misterioso y porque surge del Amor eterno de Dios. En el núcleo familiar, se vivía un ambiente de piedad con mi madre, con mi hermano y mi hermana, pues mi padre había fallecido a los cuatro años de matrimonio. Sin embargo, el estudio no estaba en mis planes, era muy difícil por las condiciones económicas que vivíamos entonces. Fueron mis maestros de grado y de religión, que me impulsaron a seguir estudiando. Ellos fueron los instrumentos que puso el Señor en mi camino para iniciar mi vocación. La Maestra de religión me puso en contacto con el Padre José Manuel Cordero Solano, profesor del Seminario Menor, en Tres Ríos; él me llamó a una entrevista en la que me ofreció conseguirme una beca. El mismo Padre Cordero se encargó de matricularme. Finalizada la secundaria, me dieron el pase a los estudios de filosofía y teología en el Seminario Mayor, en Paso Ancho, San José. Aquellos años transcurrieron entre difíciles circunstancias, especialmente por las carencias económicas de mi familia; pero Dios siempre estuvo de nuestro lado.
Lea la entrevista completa en nuestra edición impresa de enero, ya disponible. Informes al 2233-3669.
Lo invitamos a compartir nuestro contenido