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¿Cómo le entiendo esto a Dios? - Testimonio del Padre Arturo Umaña

By Junio 28, 2022
Tras 35 sesiones de radio y siete de quimioterapia, el Padre Arturo fue dado de alta. Tras 35 sesiones de radio y siete de quimioterapia, el Padre Arturo fue dado de alta.

Tenía 38 años de edad cuando decidió renunciar a su trabajo para responder al llamado de Dios. Después de reflexionar mucho le dijo al Señor: “Si entro al Seminario Usted tiene que asegurarse que me va a llevar hasta el final”. Sin embargo, en el último año de formación fue diagnosticado con cáncer. Después de tanto esfuerzo y sacrificio ¿cómo entender eso?

El Padre Arturo Umaña, párroco de Santa Lucía, en Barva de Heredia, es sobreviviente de cáncer y se caracteriza por andar un parche donde tuvo su ojo derecho. “Soy un pirata” le respondió un día a un curioso chiquillo y, ante el desconcierto del pequeño, agregó: “Soy un pirata bueno, soy el pirata de Dios”, el niño sonrió y fue a contarle a sus amigos. 

Hace poco este sacerdote compartió recientemente su testimonio en la Revista Vida y Esperanza, programa matutino de Radio Fides 93.1 F.M. Allí, con su buen humor, relató que decidió dejar su empleo en el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) para ingresar al Seminario, una vocación tardía. 

“Los compañeros decían que yo venía a darle las sobras al Señor” o que “yo tenía los documentos del acta de defunción del Mar Muerto”, contó entre risas.

Y añadió: “Yo le dije a Jesús: “Yo nunca he confiado en nadie pero voy a confiar en usted, voy a tirarme al agua y voy a hacer lo que tenga que hacer para ser sacerdote si es que esa es Su Voluntad”. 

Reconoce incluso que a veces hasta puso “pruebas” al Señor, porque temía no tener madera para cura. Por ejemplo, estudiaba mucho pero había una materia que le costaba demasiado, obtenía bajas notas y en el último examen oró: “Si quiere que siga aquí veré un signo si paso el curso”. Esa vez obtuvo la calificación que necesitaba para pasar.

Cuenta que a veces se iba a la Capilla del Seminario molesto, decía: “Señor estoy harto, para qué tanto estudio, ¿De qué sirve esto?”. Ahora reconoce que todo es bastante útil, pero eran preguntas que cruzaban por su cabeza, la parte humana. 

Después escuchaba la voz de Dios que le decía: “Arturo ¿Qué te pasa? ¿Tenés algún problema con algún compañero? ¿con la secretaria? ¿algún sacerdote? No. Entonces ¿¡Qué es la vara!? 

Una noche, no podía dormir, a riesgo de recibir un buen regaño salió de la habitación, deambuló por el jardín y fue a la Capilla, allí oró: “Señor, me siento mal, no quiero seguir, confío en Ti, pero no en mí”, lloró y se fue a dormir.

Al día siguiente regresó a la Capilla, miró al Santísimo y escuchó en su corazón: “Arturo ¿de veras usted confía en mí?” Sí claro, si usted es lo más carga”, respondió el entonces seminarista, y la réplica fue: “Confíe en que yo confío en usted”. “Eso me desbarató", declaró el sacerdote y continuó con ánimo su formación.

¿Cómo le entiendo esto a Dios?

Pero entonces llegó el día del diagnóstico. Hacía tiempo que notaba una pelotita en su ojo derecho, fue el médico y comenzaron a tratarlo como si fuera un terigión (un tumor no canceroso que aparece en la parte blanca de los ojos). 

Pasaron tres años, le quitaban la "bolita", pero volvía a aparecer, hasta que después de hacerse unos exámenes, un especialista le dijo que se trataba de un tumor cancerígeno y había que actuar de inmediato. El dictamen no era alentador, su vida estaba en juego.

“Yo salí del consultorio, estaba un compañero, Walter Vega, le dije: “Me voy a morir”, tengo cáncer, ¿Cómo le entiendo esto a Dios? Si no quería que fuera sacerdote ¿para qué me metió al seminario?”.

Aunque era algo urgente, le dieron la cita para tres meses, sin embargo, tras una serie de diligencias y el apoyo de otros se logró que fuera operado una semana después. Durante la operación, recuerda que el cirujano llamó a un grupo de estudiantes, les decía en tono festivo: “Vengan vean esto, hasta un carnicero sabe que esto es un cáncer”.

El Padre Arturo escuchaba estas palabras y obviamente no se sentía cómodo. “Hay que trabajar la sensibilidad con los médicos, para que no lo vean a uno como un caso sino como persona”, dijo.

La operación salió bien. Pasaron unos años, pero el cáncer volvió. De nuevo, otra intervención médica, esta vez le cortaron el tejido… Al tiempo, volvió a aparecer. Hubo cinco operaciones. Para entonces ya veía borroso y no distinguía figuras. No había nada más que hacer, le dijo una doctora.

Otro especialista lo vio. La única alternativa era extirpar el ojo, de no hacerlo en menos de un mes, ya no solo iba a perder el ojo sino también la vida. “Más vale un cura tuerto que un cura muerto”, bromeó el médico. 

El Padre Arturo rió y recordó que un año y medio antes, molesto dijo: “El Señor no me contesta, me deja solo”, de inmediato cayó de rodillas, lloró y con humildad rezó: “Señor, haga lo que usted quiera con ese ojo, nunca ha sido mío, sino suyo, todo yo soy suyo, haga lo que quiera, no voy a pelear más”.

Le quitaron el ojo derecho y los párpados. “Nunca voy a volver a mirarme en un espejo”, se decía, pensaba que la gente lo vería como un monstruo. Al segundo día después de la operación, cuando la enfermera le quitaba las vendas para sanar la herida, él le pidió que le tomara una foto con el celular. “Me vi, no quedé tan peor”, admitió. Al día siguiente, se levantó y se miró al espejo. “Lo que no creí que haría nunca, lo hice al día siguiente”, relató.

Tiempo después, el cáncer volvió a aparecer, esta vez cerca de la mandíbula, tuvieron que cortarle, parte de la oreja hasta el cuello. Tras la operación, se miró en el espejo y se dijo: “Ahora sí me hicieron leña”. “Tenía un hueco y todo estaba hinchado, dije: “¡Ahora sí que me parezco a German Monster!”, me dio risa y me fui a dormir”.

Le costaba hablar y en algún momento temió no poder continuar con su ministerio sacerdotal, pero de a poco comenzó a articular mejor. Tras 35 sesiones de radio y siete de quimioterapia fue dado de alta.

El sacerdote afirma que el humor le ha ayudado a enfrentar toda esta experiencia, “el Señor le da a uno fuerzas para ver las cosas con otra perspectiva”, asegura.
Mientras estaba en reposo, un amigo lo llamó para preguntarle cómo estaba, “estoy bien, pero estoy muy enojado”, le respondió, “¿pero por qué?”, “esta operación me ha salido muy cara”, “¿cuánto costó?”, “un ojo de la cara”.

Dice que le dan ganas de andar sin el parche, pero para evitar los comentarios de la gente prefiere usarlo. Reflexiona entorno a cuando se une el sufrimiento con los sentimientos y se tiende a buscar respuestas negativas, como por ejemplo, ¿por qué me pasa esto a mí y no a aquella mala persona? “Basta con el sufrimiento para enfrentar una situación difícil, hay que darle campo a Dios”, expresa.

Y detalla: “No darle más allá de lo que es, si me hubiera quedado con la frase de cuando salí del hospital y le dije a mi compañero: “Me voy a morir”, si me hubiera quedado con eso quizá me hubiera muerto, pero luego dije: “¿Cómo le entiendo esto a Dios?” Ahí salió a relucir la parte de Dios, es decir: Señor voy a confiar en Ti”.

 

Last modified on Jueves, 30 Junio 2022 15:12
Danny Solano Gómez

Periodista, licenciado en Producción de Medios, especializado en temas de fe católica, trabaja en el Eco Católico desde el año 2009.

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