La Eucaristía se celebró ayer miércoles 16 de febrero, dos años después de que fuera abierta la Puerta Santa. Fue presidida por el obispo diocesano Monseñor Bartolomé Buigues y concelebrada por el obispo emérito Monseñor Ángel Sancasimiro y sacerdotes de la diócesis. Participó un grupo de fieles en acatamiento de las medidas sanitarias por la pandemia.
En su homilía, Monseñor Bartolomé destacó que este año fue “un tiempo especialmente denso en todos los sentidos”, mencionó por ejemplo la significación “de ser y sentirnos Iglesia convocada para vivir y anunciar el Evangelio” y la conmemoración del bicentenario de la independencia nacional. En definitiva, dijo, se trató de “un kairos, un tiempo de gracia que nos ha regalado el Señor”.
“Hemos gozado de un tiempo jubilar, que se extendió a dos años por la pandemia, para celebrar nuestro centenario, un tiempo de abundante efusión de gracia de parte de Dios en nuestro caminar como Diócesis”, dijo, explicando que aunque la pandemia ha limitado su vivencia de manera más consciente, “lo hemos experimentado en forma de consuelo, cuidado, protección, cercanía fraterna sanadora y liberadora, en medio del vendaval que se ha suscitado en nuestro mundo”. “Se cierra hoy la puerta santa a la espera del próximo jubileo ordinario que viviremos, Dios mediante, en el 2025”, según anunció.
Recordando los retos planteados por el II Sínodo Diocesano, celebrado hace ya más de 20 años, así como la invitación del camino sinodal trazado por el Papa Francisco, Monseñor Bartolomé constató los desafíos de este tiempo de pandemia, que “nos ha introducido en una situación de crisis que nos cuestiona, ha provocado rupturas y nos está llevando a un momento clave para tomar decisiones”. Se está forjando -dijo- una nueva sensibilidad social, nuevas formas de relacionarnos, notoria percepción de nuestra fragilidad “que nos abre a expresiones genuinas de cuidado mutuo, a la necesidad ineludible de la solidaridad para salir adelante juntos”.
Se perciben, a su juicio, fuertes urgencias en justicia social ante la mayor visibilización de la pobreza, tales como reducir desigualdades, restituir derechos a los más desfavorecidos, fortalecer las garantías sociales consolidando la salud y educación de calidad para todos, forjar una economía social solidaria y sostenible. Además, fortalecer la institucionalidad democrática, pacificar el país de tanta violencia, vencer discriminaciones y exclusiones, la estima de la vida y de la familia, de los valores culturales, y el cuidado de la Casa Común...
Un tiempo de fuerte búsqueda de sentido, un espacio público notoriamente transformado que demanda un nuevo tipo de presencia por parte de la Iglesia, un nuevo estilo de misión. “Entremos en un proceso de discernimiento que se convierta en cultura habitual. El discernimiento es posible sólo como experiencia fuerte de fe, personal y comunitaria. Es una actitud vital en atención al acontecer de Dios en la historia, un acto de abandono, de escucha, de confianza en Dios, que guía a las personas, a los grupos y la historia. Mirada creyente y esperanzada que brota de la certeza de que todo es “Historia de Salvación”. Un estilo para aproximarnos a la realidad. La oración crea el clima adecuado para el discernimiento, tanto a nivel personal como comunitario” aconsejó.
En esta dirección, Monseñor firmó ayer mismo el decreto que convoca oficialmente al pueblo de Dios en la Diócesis de Alajuela a la dinámica del Discernimiento Diocesano.
“¿Qué nos está pidiendo el Señor, como comunidad diocesana de Alajuela, al inicio del segundo centenario? Retomemos el relato de nuestro caminar eclesial con las iluminaciones que hemos percibido. Encontremos el pulso del Espíritu para favorecer, juntos, las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar. Queremos estar enteramente dispuestos y dóciles a su acción, siempre creativa, ilusionante, provocativa. Podremos así mirar la realidad con los ojos de Dios, iluminarla desde el Evangelio, encaminarnos buscando su Reino”, concluyó.