Este amor verdadero, del cual también nos habla San Pablo en la I Carta a los Corintios, “se vive y se cultiva en medio de la vida que comparten todos los días los esposos, entre sí y con sus hijos” (AL 90). El amor conyugal consiste en la donación recíproca entre el hombre y la mujer y que va más allá de la atracción, del deseo; es mucho más que desearle el bien, es compartir la vida, caminar juntos siendo uno. Amar a esa persona en lo que es y en lo que deber ser, aceptar sus defectos, su trabajo, su familia, todo como si fuera lo mío; quererle, disfrutar juntos, divertirse, compartir sueños, poner todo en común, incluidos los bienes materiales1 .
El amor conyugal es reflejo del amor de Dios por su pueblo, del amor de Cristo por su Iglesia, en la donación total de nuestro ser. “La pareja que ama y genera la vida es la verdadera «escultura» viviente…, capaz de manifestar al Dios creador y salvador. Por eso el amor fecundo llega a ser el símbolo de las realidades íntimas de Dios” (AL 11).
El amor también vivido en la vocación consagrada, pues a la persona consagrada Jesús le revela el amor del Padre, creador y dador de todo bien, que atrae a sí (Juan 6,44) y le encomienda hacer presente su amor en el mundo, consagrando su vida en servicio de los más necesitados para mostrar el rostro misericordioso del Padre.
Pero este amor debe ir enfocado de manera concreta a la caridad. Tanto el sacerdocio como el matrimonio son sacramentos de servicio, en los cuales se debe servir a Dios a través de una vocación particular, haciendo presente su amor.
Los santos nos han dado un ejemplo profundo de amor cuando han ofrendado su vida, sobre todo al servicio de la caridad, entendida como entrega generosa. “Los Santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor” (Deus caritas est 40).
No olvidemos tampoco el gran significado que tiene el don de la amistad, como apoyo, ayuda y consuelo en los momentos difíciles. Ya nos lo dice el Eclesiástico 6, 14-16: “El amigo fiel es seguro refugio, el que le encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida, los que temen al Señor le encontrarán”.
Así, motivamos a todos a vivir un amor pleno, verdadero, de sacrificio; un amor que se olvida de sí mismo para darse, como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. En tanto más imitemos ese amor de Cristo que lo llevó a la cruz por nosotros, más felices seremos en aquella vocación a la que hemos sido llamados.
Monseñor Manuel Eugenio Salazar Mora
Obispo de la Diócesis de Tilarán-Liberia
Presidente de la Comisión Nacional de Pastoral Familiar