“De todo lo que hemos vivido en esta crisis tenemos que aprender para responder con más creatividad y generosidad a lo que nos pide el Señor aquí y ahora”. Esta es una de las conclusiones que comparte Mons. José Manuel Garita, obispo de Ciudad Quesada, en su VIII Carta Pastoral.

El documento fue publicado el pasado 12 de diciembre, día de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, copatrona diocesana. Lleva por título: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).

En esta ocasión, presenta una visión acerca de esta iglesia particular en tiempos de pandemia y postpandemia.

Sin Cristo no hay Iglesia

El primer capítulo lleva por título: “Sin Cristo no hay Iglesia”. Se enfoca en la idea de Jesús como cabeza de la iglesia, cuyo cuerpo está constituido por cada uno de sus miembros, instrumentos que permiten llevar a cabo la obra del Señor.

Monseñor añade que siempre, pero especialmente en el contexto de la pandemia, es cuando “más deberíamos reflexionar sobre el papel que jugamos como miembros de la Iglesia”, e invita a cuestionarse sobre el compromiso y el aporte de cada uno en medio de la realidad social y de la comunidad eclesial.

Partiendo de la centralidad de Cristo en la Iglesia, hace un llamado a comprender que “la misión de cada miembro de la Iglesia es la de ser otros Cristos”, hacer presente la vida y persona de Jesucristo.

En esa línea, cita al Papa Francisco: “La Iglesia no es una asociación asistencial, cultural o política, sino que es un cuerpo viviente que camina y actúa en la historia. Y este cuerpo tiene una cabeza, Jesús, que lo guía y lo nutre y lo sostiene”.

Y añade: “Nosotros somos parte de ese cuerpo viviente que es la Iglesia, y como parte suya, hemos de estar íntimamente unidos a la cabeza, que es Cristo, para que se manifieste la identidad propia de la comunidad eclesial y, dentro de ella, cumplamos la misión y el compromiso que nos corresponde como exigencia de nuestro bautismo.

Monseñor afirma que “nosotros somos instrumentos y colaboradores, no protagonistas indispensables” y que “ningún proyecto o acción eclesial podrán fructificar si no tienen al Señor como fuente, centro y fin.

El testimonio no puede ser ambiguo

En el segundo capítulo, Mons. Garita habla sobre cómo el bautizado es una creatura nueva redimida con Cristo. Esta novedad de la vida cristiana -destaca- debe ser testimoniada. “La fe no puede ni debe quedar en el ámbito de lo privado e íntimo, pues es una experiencia viva que está llamada a compartirse con los demás”.

El prelado insiste en la armonía y coherencia testimonial, ya que “solo así será creíble y auténtica nuestra vida cristiana”.

En este punto, aprovecha para evocar su anterior Carta Pastoral, Somos piedras vivas, en la que hace referencia al individualismo presente en la sociedad, “donde las ofertas doctrinales e ideológicas están a la orden del día, el primer peligro que se corre es perder la identidad, personal y comunitaria” (P.V. Num. 35)

Mons. Garita recalca que “hoy es el momento para que los bautizados mostremos, sin titubeos ni acomodos, nuestra fidelidad a Cristo, sobre todo en momentos y circunstancias que nos exijan claridad, definición y valentía. El testimonio no puede ser ambiguo o débil, sino todo lo contrario, ha de ser claro y firme”.

Por otro lado, el obispo de Ciudad Quesada medita sobre cómo la Pandemia puede ser una oportunidad providencial para crecer y madurar, ayudar a otros y ser más solidarios, “una oportunidad para ser mejores”.

Justamente, aprovecha para motivar a todos los bautizados a “iluminar aquellas oscuridades que aparecen en nuestras vidas o en la vida de otros”.

En el texto, Monseñor proclama que “la caridad y la fraternidad deben surgir del encuentro personal transformante con Jesús”.

En el capítulo III, Monseñor hace un reconocimiento a los sacerdotes que viven con fidelidad su testimonio, especialmente en medio de los retos y dificultades que ha supuesto la pandemia.

Ante las ideologías materialistas

Como la pandemia vino “a cuestionar y desajustar todo aquello que dábamos por hecho”, Monseñor considera necesario aplicar los principios pastorales del Conocer-Escuchar, Iluminar-Discernir y Decidir-Actuar.

Reitera la necesidad de poner la confianza en Dios y procede a hablar sobre recuperar en las personas el sentido de trascendencia y esperanza de salvación. “Visiones o ideologías inmanentistas y materialistas, sobre todo con mayor fuerza en la actualidad, niegan esta dimensión y destino final de la persona humana”, advierte.

Y agrega: “Estamos de paso y cumpliendo una misión en este mundo; vamos en camino hacia el destino glorioso y salvífico final. Todo ser humano está llamado a esta realidad, pero de manera especialísima el bautizado, hecho hijo de Dios por adopción y redimido en Cristo”.

En la línea de su VII Carta Pastoral, Somos Piedras Vivas, insiste además en la formación permanente en la fe. “Cuán necesaria es esta formación para la acción y la misión, en medio de una sociedad que promueve las cosas fáciles, “las verdades a medias” y que da la espalda a lo trascendente”

Menciona, por ejemplo, la ideología de género, “como el adelanto más versátil, pero que desvirtúa una verdadera antropología del ser humano desde el punto de vista natural y religioso”.