El material se divide en cuatro partes: la primera se centra en el animador; la segunda parte, se enfoca en el grupo; la tercera, consiste sobre todo en recomendaciones sobre cómo afrontar los conflictos que surgen a nivel grupal; y la última, trata sobre los niveles que compromiso de los participantes.
“No por puro cansancio, muchos grupos pastorales y sociales sufren desgaste. No siempre por falta de mística ni capacidad, ven reducido su impacto y hasta llegan a disolverse. Más bien, sufren estas experiencias por desaciertos en el abordaje de las relaciones interpersonales”, escribe el Padre Edwin.
Y agrega: “Esperamos que este instrumento contribuya a mejorar la dinámica (estructura y procesos) de los grupos que tengan a bien tomarlo en consideración, en orden a crecer en su vida comunitaria y su servicio a la Iglesia y a la sociedad”.
El sacerdote señala que con frecuencia las personas designadas como coordinadoras tienen el reto de animar a sus grupos, pero muchas veces no tienen claridad sobre su rol.
El librito propone reflexionar sobre ese papel y brinda algunas recomendaciones para facilitar el ejercicio de animación.
Animador, no jefe
Los Grupos Eclesiales (GE) pueden ser grupos de oración, pequeñas comunidades, células, equipos de Pastoral, catequesis… “Animar un grupo es, por lo tanto, ayudar a que cobre vigor, a que se mueva, a que tenga vida”, dice el texto.
Y enseguida señala que “el animador no es la vida del grupo, sino que ayuda a que el grupo tenga vida y, por lo tanto, calor”. Por eso, debe tener o adquirir ciertas habilidades para cumplir con su misión.
Se hace mención de actitudes que obstaculizan la animación, como: considerar la animación como una “jefatura”, concebirse como “un profesor” frente a sus “alumnos”, o en su defecto limitarse a ser un espectador, es decir, cuando el encargado no asume su rol y se limita a ser un mero observado, entre otras.
Sobre estos aspectos, se dice que “no siempre estos comportamientos son voluntarios, ni fruto de una mala actitud. Con mucha frecuencia, los dirigentes grupales que funcionan de estas maneras no tienen conciencia de ello”.
Y añade que lo importante es “vernos a nosotros mismos, con humildad, para descubrir si tenemos alguna inclinación hacia uno de esos tipos de coordinación”.
Por otro lado, se explica que un buen animador fomenta la participación, confía en la capacidad y el conocimiento de sus compañeros, da valor a las ideas de los demás, está abierto a aprender de otros y está convencido que su labor es coordinar, no dar órdenes. “Sabe que es animador, no jefe”, dice el libro.
Conflictos de grupo
“¡Qué difícil se nos hace aceptar que todos no seamos iguales! Mejor dicho: ¡qué difícil aceptar que los demás no son como uno mismo!”, esta es una de las frases mencionadas en el segundo capítulo.
En este apartado se enumeran una serie de comportamientos que suelen presentarse en el trabajo con grupos eclesiales, aunque se advierte que tampoco se trata de encasillar a los participantes.
Entre los mencionados está: cerrarse a las ideas propias y no abrirse a otras, el afán de polemizar, el desinterés y la distracción, pero también otros que puede ser muy provechosos como la apertura, la alegría y optimismo.
La lectura explica criterios para resolver los conflictos, así como sobre la importancia de afrontarlos, entenderlos y definir un plan para solucionarlos. De igual forma, propone un modelo para la resolución de conflictos.
El Padre Edwin contó con la colaboración de psicólogos Dra. María Isabel Chacón Gutiérrez y del Pbro. Dr. Luis Carlos Aguilar Badilla para el desarrollo de este trabajo.
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