Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o virtud. La Virgen es venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción con cultos distintos, porque los motivos son distintos. El culto a su Corazón Inmaculado es distinto por el motivo, que es su amor.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la Virgen María es la nueva Eva (CIC, 411, 511, 726, 975,2618 y 2853) La Virgen María es llena de gracia por el poder del Espíritu Santo, preservada del pecado como enseña el dogma de la Inmaculada Concepción y preservada de la corrupción de la muerte de acuerdo con el dogma de la Asunción (CIC 2853).
En las circunstancias de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para imitar, y un ejemplo de amor a Dios y a los hermanos. José, como padre, cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador. Enseñándole el oficio de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social.
María, junto con José, introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la Alianza con el rezo de los salmos y en la historia del pueblo de Israel. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. María encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil. Ella garantizó las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento del hijo.
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