“La mía, Monseñor, no es ninguna duda, es sólo un simple desahogo. ¿Cuándo volverán el tiempo y la posibilidad de tener a nuestros sacerdotes disponibles para escuchar nuestras confesiones y darnos así el perdón de Dios? Y es que sin el perdón del Señor, no podemos vivir en paz. Le pido también su bendición, Monseñor”.
Isabel Sánchez C. – Cartago
Estimada Isabel, su correo me ha edificado y me ha hecho recordar una expresión que leemos en el libro del profeta Isaías: “los niños piden pan y no hay quien se lo reparta…” Dios quiera que la dura experiencia marcada por la epidemia del Covid, que ha causado el cierre temporal de los templos y el “alejamiento físico” de los pastores en la relación a sus fieles, no enfríe nuestra fe y no disminuya la práctica de los Sacramentos.
Entre ellos, ocupa un lugar de máxima importancia el Sacramento de la Penitencia, al que nos referimos diciendo simplemente, la Confesión.
Alguien ha dicho y escrito que todo lo verdaderamente grande y bello que tenemos en la Iglesia Católica se debe al Sacramento de la Penitencia. La afirmación nos resulta, obviamente exagerada. Sin embargo, nos es fácil constatar que todos nuestros Santos eran muy fieles y constantes en la práctica fervorosa de la Confesión. Además, nosotros mismos hemos hecho la experiencia, de que todo auténtico impulso hacia una vida cristiana más fervorosa, nos lleva a lo que llamamos una “Buena Confesión”, que a veces se transforma en Confesión general… Es interesante al respecto, ver como los Santuarios marianos, meta de numerosos peregrinos, llegan a ser lugares privilegiados para la práctica del Sacramento de la Penitencia. Toda llamada de Dios, implica siempre el deseo de “poner orden” en la vida, pidiendo su perdón e intentando “reemprender” el camino del bien, con el corazón en paz.
Hace poco leía yo, una página de nuestro Papa emérito Benedicto XVI, en que él nos habla de San Juan M. Vianney, el Cura de Ars, que desgastó, feliz, su vida en el servicio del confesionario, aunque cargando con el enorme peso de los pecados que debía escuchar.
Benedicto XVI en su Carta para la convocación de un año sacerdotal con ocasión del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, escribió: “Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de Ars, no sólo una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del “diálogo de salvación “que en él se debe entablar. El Cura de Ars se comportaba de manera diferente con cada penitente. Quien se acercaba con una necesidad profunda y humilde del perdón de Dios, encontraba en él palabras de ánimo para sumergirse en el “torrente de la Divina Misericordia” que arrastra todo con su fuerza. Y si alguno estaba afligido por su debilidad e inconstancia, con miedo a futuras recaídas, el Cura de Ars le revelaba el secreto de Dios con una expresión de una belleza conmovedora: “El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confiese, sabe ya que pecará nuevamente y sin embargo le perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios, que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos! A quien, en cambio, se acusaba de manera fría y casi indolente, le mostraba con sus propias lágrimas, la evidencia seria y dolorosa de lo “abominable” de su actitud: “lloro porque usted no llora”, decía. “Si el Señor no fuese tan bueno… pero lo es. Hay que ser un bárbaro para comportarse de esta manera ante un Padre tan bueno”. Provocaba el arrepentimiento en el corazón de los tibios, obligándoles a ver con sus propios ojos el sufrimiento de Dios por los pecados, como “encarnado” en el rostro del sacerdote que los confesaba. Si alguno manifestaba deseos y actitudes de una vida espiritual más profunda, le mostraba abiertamente las profundidades del amor, explicándole la indecible belleza de vivir unidos a Dios y de estar en su presencia:” Todo bajo los ojos de Dios, todo con Dios, todo para agradar a Dios… ¡que maravilla!” Y les enseñaba a orar: “Dios mío, concédeme la gracia de amarte tanto cuanto yo sea capaz”.
Estimada Isabel, a la vez pues, que le damos gracias a Jesús por el gran don del Sacramento de la Penitencia, pidámosle que suscite en su Iglesia a muchos Santos Curas de Ars y a muchos S. Padre Pío, que dediquen su vida sacerdotal a la generosa y abnegada celebración del Sacramento de la Penitencia.
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