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¿De verdad hubo un terremoto cuando murió Jesús?

By Mons. Vittorino Girardi S. Mayo 12, 2021

“Monseñor, ante todo reciba un respetuoso saludo. He visto que en sus últimas respuestas nos ha ayudado para una correcta lectura de unos textos de la S. Escritura que nos sorprenden y que nos resultan difíciles. A mí personalmente, me impresiona el espacio que los cuatro Evangelistas le dedican a la narración de la Pasión de Jesús… Tienen sus diferencias, y una de ellas, es la que corresponde a la información acerca de los fenómenos de la naturaleza, que según S. Mateo, han acompañado la muerte de Jesús. Es muy normal que uno se pregunte: ¿Qué aconteció realmente? ¿Hubo terremoto, oscuridad y resurrección de muertos? ¿Y por qué tantos hechos extraordinarios?” 

Andrés Mora L. – Grecia

 

Una primera observación, estimado Don Andrés. Es verdad, todo lector que tenga cierta familiaridad con los Evangelios, advierte que la narración de la Pasión de Jesús, es como el corazón o el centro de cada uno de ellos… No cabe duda, esos relatos tuvieron que ser lo primero que se narraba cuando se hablaba de Jesús, y es que en su Misterio Pascual, es decir, el de su Pasión, Muerte y Resurrección, se ha llevado a cabo la obra de nuestra redención.

Cuanto a los fenómenos que supuestamente acompañaron la muerte de Jesús, vale la pena que nos detengamos en el relato de San Mateo, ya que es él quien más se detiene en describirlos.

Recordemos que el Evangelio de Mateo, tiene un plan bien definido: fue escrito para mostrar a sus destinatarios que eran Judíos convertidos, los llamados “Judeo-Cristianos”, que Jesús era el Mesías esperado y enviado, y que a partir de su Muerte y Resurrección, se nos ofrecía la salvación definitiva. Es por eso que S. Mateo, en su Evangelio tiene constantes referencias a textos del Antiguo Testamento y a hechos referidos en él… San Mateo quiere mostrarles a sus destinatarios, que en Jesús se cumplió todo lo que los profetas habían dicho acerca del futuro Mesías.

Cuando se trata de narrar la muerte de Jesús (cfr 27,51-54), Mateo usó un modo de relatar propio de su tiempo y utiliza las profecías sobre el Mesías y acerca de lo que era conocido y referido como el Día del Señor.

Con esta expresión, Día del Señor, o “Aquel Día”, los profetas se referían a un tiempo en que Dios hubiese intervenido en la historia y vida de su pueblo, para juzgarlo y purificarlo (con castigos, diciéndolo según la mentalidad de aquel tiempo) y restaurarlo, haciendo además explícita referencia al retorno del pueblo judío, del destierro en Babilonia. Los textos que se refieren al Día del Señor, son muy numerosos y no podemos recordarlos aquí. Me conformo con uno: “En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David, cerraré sus portillos y levantaré sus ruinas, y lo edificaré como en el tiempo pasado (…) Entonces haré volver a los deportados a mi pueblo Israel; reconstruirán las ciudades devastadas y nos serán arrancados nunca más del suelo que yo les di”(Amós 11,14-15).

Ahora bien, hay que tener en cuenta que los Profetas, para hacer comprender que el Día del Señor es un hecho que supera toda expectativa y cálculo humano, lo presentan “acompañado” por fenómenos impactantes e incontrolables, como son los días de tinieblas, los terremotos, las inundaciones… Si de este modo se describe el Día del Señor, de manera semejante los Profetas describían la venida, la vida y la actividad del Mesías prometido.

Los Profetas hacían comprender así, que ya el Día del Señor, como la llegada del Mesías prometido, eran puro don de Dios y expresión de su omnipotencia y de su benevolencia.

No hay pues que tomar a la letra lo que nos dice S. Mateo en su capítulo 27. Pensemos, por ejemplo, en la sorpresa y en el terror de la gente, si realmente hubiese acontecido que se abrieran los sepulcros y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaran, salieran de los sepulcros, entraran en la Ciudad Santa y aparecieran a muchos (cfr. 27,53)…

El lenguaje de Mateo, en constante sintonía con el lenguaje profético, es simbólico. Cuando nos habla de las horas de tinieblas (cfr 27,46), quiere recordar que con la muerte de Jesús se ha manifestado el juicio de Dios sobre el mundo y entonces la separación entre los que lo rechazaron y entre los que lo aceptaron. Tengamos presente que cuando en el Antiguo Testamento se habla del “juicio de Dios”, se hace referencia a la manifestación de tinieblas u oscuridad.

Nos dice además, que el velo del templo se rasgó en dos partes, para afirmarnos que el culto prescrito en el Antiguo Testamento, ya debía dar lugar al nuevo, realizado en espíritu y verdad, inaugurado por la muerte y resurrección de Jesús, nuestro Sacerdote eterno.

Finalmente, cuando nos habla de los sepulcros que se abren y de los santos resucitados que entran en la Ciudad Santa, S. Mateo, con términos proféticos, nos quiere decir que la muerte de Jesús es redentora y que nos abre el camino hacia la Cuidad Santa, la nueva Jerusalén del Cielo, como se afirma en el libro del Apocalipsis (cfr Ap 21,2).

Resumiendo: Qué haya acontecido realmente en las tres horas anteriores a la muerte de Jesús, y en el momento en que Él expiró, no nos es posible saberlo, ni ha sido la intención de S. Mateo la de informarnos acerca de ello. Lo que él quiso decirles a los convertidos del Judaísmo y en un lenguaje que ellos podrían entender, era que la muerte de Jesús cerraba una época, la de la antigua Alianza, para dar comienzo a una nueva, la de la salvación ofrecida a todos los hombres, obtenida por la entrega incondicional, hasta la muerte de cruz, del Mesías Jesús.

 

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