La Iglesia “no es del mundo”, como dijo Jesús, pero “está en el mundo”, y todo cuanto acontece en el mundo, necesariamente afecta a la Iglesia, y en no pocos casos, con consecuencias graves y negativas.
El desarrollo de la cultura urbana con el necesario abandono del campo y de un estilo de vida marcado por los ritmos de la naturaleza, en que normalmente hay suficiente espacio para las manifestaciones religiosas, ha favorecido el avance rápido del proceso de secularización. Con este término, indicamos un ambiente cultural y entonces el aflorar de una mentalidad generalizada, en que la referencia a lo religioso, a lo sobrenatural y a sus manifestaciones, va disminuyendo y a veces a tal punto, que implica el riesgo de organizar la vida “como si Dios no existiera”, pasando así a lo que se llama “secularismo”. Enorme es la diferencia, aquí mismo en Costa Rica, entre el ambiente religioso de un domingo en un pueblo agrícola de Alajuela, de hace 30 años, y lo que está aconteciendo hoy en día, en un domingo en un barrio de San José. ¿Cuántos son los jóvenes que se acercan al templo, por ejemplo, en la León XIII o en Barrio Cuba de San José?
Al fenómeno del imponerse de la cultura urbana, se añade el fuerte poder de los medios de comunicación y del imponerse de las redes sociales. Lo que “hace noticia” es lo sorprendente, con frecuencia lo negativo y lo “fuera de lo normal”… y lo propiamente religioso es noticia más bien cuando implica algo extraño y más si es… escandaloso.
Todo ello influye para que no se vea con claridad la línea de distinción entre los valores y los contra valores, a tal punto que se puede llegar a llamar “bien al mal y mal al bien”.
Todo coopera para hacer pensar que lo que propone la Iglesia, es “cosa de otra época”. Se ha ido perdiendo así la noción de pecado, es decir, de la dimensión religiosa del actuar humano, llegando a reducir el pecado a una “experiencia” entre otras posibles.
A todo esto se añade el “peso” enorme de la política internacional, vinculado al poder económico que quiere imponer como “derechos humanos”, los que son abiertos ataques a la familia y a la vida, como el aborto, la eutanasia, el matrimonio igualitario y la ideología de género.
A esto, ya de por sí grave, debemos admitir que en ciertos sectores de la Iglesia, particularmente en los países industrializados, se ha “claudicado” y a veces gravemente. Lo podemos constatar en los numerosos escándalos de los abusos sexuales y en los casos de corrupción en el sector económico.
Hay otro ámbito en que la Iglesia ha “claudicado”, y es el ámbito de su pastoral y de la evangelización, cuando, para complacer a la cultura del “bienestar”, se insiste casi exclusivamente en los valores temporales, dejando en sombra, por un extraño pudor, la primacía de lo divino, de lo eterno y en definitiva, de la Salvación…
Todo esto me trae a la memoria lo que en su momento “profetizaron” dos atentos e iluminados teólogos y hombres de Iglesia, Romano Guardini y José Ratzinger, luego Benedicto XVI. Lo dijeron con una afirmación que ya ha demostrado ser acertada: “llegará un tiempo (ya ha llegado), en que los buenos serán mejores, y los malos peores”. En efecto, con anterioridad, alguien podía declararse cristiano por el ambiente religioso en que le tocaba vivir, mientras que hoy en día, el ser cristiano, en un mundo secularizado, exige una clara opción personal… es lo que quería decir, Romano Guardini, afirmando que “los buenos, serán mejores”.
La Iglesia, hoy en día está llamada a “renovarse “, asumiendo los desafíos de este cambio de época. Sin embargo, no debemos olvidar, que frente a una Iglesia reducida en vitalidad, como acontece en general en los países industrializados de Occidente, tenemos Iglesias jóvenes muy florecientes, en Asia, África y en algunas regiones de América Latina, como en auténticos “oasis” de verdadera renovación, dentro de las mismas viejas Iglesias de Europa y de América del Norte
A todo esto, no debemos olvidarlo, se añade las palabras de consuelo y de ánimo que pronunció Jesús y que hoy deben resonar en nuestro corazón preocupado: “El poder la muerte no podrá contra la Iglesia” (Mt.16,18), afirmando de este modo su firmeza y perpetuidad. La historia lo confirma: la Iglesia, por la presencia de Cristo en ella, siempre ha podido renovarse inclusive de crisis más profundas que la actual.
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