A imitación de Cristo que siendo rico, se hizo pobre por nosotros, el que profesa el voto de pobreza se compromete públicamente en asumir una vida pobre de hecho y de espíritu, es decir, abiertamente desprendida de las riquezas terrenas. Además, debe depender en el uso de los bienes, según se establezca en las normas de cada Instituto de Vida Consagrada. Concretamente, y para dar un ejemplo, el que haya profesado el voto de pobreza, no puede recibir o ganar dinero u otros bienes, y disponer de ellos como quiere, sino sólo de acuerdo con sus superiores y con las normas de la propia familia religiosa. (cfr. canon 600).
En fuerza del voto de obediencia, abrazado con espíritu de fe y de amor en el seguimiento de Cristo obediente hasta la muerte, quien lo profesa , se obliga a someter la propia voluntad libre a los Superiores legítimos, cuando éstos mandan algo según las constituciones del propio Instituto(cfr. canon 601).
Como podemos fácilmente apreciar, quien por una vocación especial, profesa los votos de castidad, pobreza y obediencia, se compromete solemnemente, como diría San Pablo, a “revestirse de Cristo”, es decir, a representar y hacer actual el estilo de vida propio de Jesucristo, quien “sorprendió” y sigue sorprendiendo con su vida de célibe, de pobre a tal punto que “ no tenía en donde reclinar la cabeza “(Lc 9,58) y de obediente “ hasta la muerte y muerte de cruz”(Flp 2,8).
No cabe duda que la profesión de los votos de castidad, pobreza y obediencia, ofrece medios extraordinarios que facilitan la imitación de Cristo y que dan testimonio muy convincente de Él.
No olvidemos que es Dios mismo, quien por su Espíritu, suscita en no pocos cristianos y cristianas, la vocación a la vida consagrada que se expresa sobre todo, en la profesión de los votos religiosos.
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