Vamos a decir algo. La Iglesia, recuerda a San Lázaro de Betania el 17 de diciembre. Lo ha honrado como Santo a lo largo de los siglos, aunque con el pasar del tiempo, su culto fue perdiendo popularidad. Una de las expresiones muy antiguas de su culto era la procesión que los cristianos de Jerusalén, el sábado anterior al domingo de Ramos, realizaban camino a Betania y sobre la tumba de Lázaro (¡obviamente vacía!), el diácono proclamaba el Evangelio de Juan que narra con detalles la resurrección de aquel gran amigo de Jesús.
Creemos que la poca atención que a lo largo de la historia de la Iglesia, se le ha concedido a Lázaro, se debe también a los evangelistas. De Lázaro no nos dicen casi nada: no sabemos quién era, qué trabajo tenía, ni por qué lograra una amistad tan profunda con Jesús, ni cómo manifestara su cercanía hacia el Maestro… El evangelista San Juan sólo dice de él que era el “amigo”. Se piensa justamente que San Juan tiene una clara intención en ser tan escueto: él quiere hacernos comprender que lo único realmente importante en nuestra vida es ser “amigo” de Jesús. Se trata de la misma intención por la cual San Juan termina su Evangelio, con aquella conocida pregunta a San Pedro: ¿me amas tú más que estos? Y se lo pregunta tres veces, es decir con insistencia… Esa pregunta está dirigida a nosotros: ¿Le amamos o no le amamos a Jesús, a El que nos amó primero y que nos amó hasta el extremo? (cfr. Jn13, 1).
Distintas y mucho más abundantes, son las informaciones que los evangelistas nos dan de Marta y María, las hermanas de Lázaro y de Santa María Magdalena. Esto justifica, al menos en parte, que la piedad popular les conceda más atención.
Aquí sin embargo, estimado Edgar, hay algo sorprendente. Por influjo del Papa San Gregorio Magno (540-604) en la Iglesia latina u occidental se ha difundido la creencia de que María de Magdala o Magdalena sea María la hermana de Lázaro, cuando se trata claramente de dos distintas mujeres. María Magdalena, como lo indica el nombre, era de Magdala, un pueblo que todavía existe, cercano al lago de Genezaret; ella no era de Betania. Pertenencia al séquito femenino de Jesús como nos lo informa San Lucas (8,1-3). Ella había sido curada por Jesús de una seria enfermedad que el evangelista San Marcos (como en otras ocasiones), considera que fuera consecuencia de la presencia y de la acción diabólica (cfr Mc16,9).
La consecuencia de haber identificado a María Magdalena con María la hermana de Lázaro, necesariamente ha desfavorecido a esta última. En efecto, celebramos la fiesta de Santa Marta su hermana, pero no celebramos la de Santa María de Betania; su nombre no aparece en nuestro calendario, mientras que aparece en la tradición de la Iglesia Oriental, en que se celebra la memoria de los tres hermanos de Betania, Lázaro, Marta y María.
En esta extraña “historia”, en la cual San Gregorio Magno identifica a tres mujeres en una, llamándola María Magdalena, también está ultima quedó… desfavorecida. En efecto, ha quedado identificada con aquella pecadora anónima, de que nos habla San Lucas en su capítulo 7 y que entre lágrimas ungió los pies de Jesús. De ahí que es muy común entre los cristianos, pensar en María Magdalena como en una pecadora convertida y creer que Jesús echó de ella siete demonios, por su vida anterior llena de pecado. De los Evangelios sabemos que no ha sido así: después de haber sido curada por Jesús, ella se integró en su séquito, ayudando a El y a sus apóstoles con sus bienes y siguiendo fiel hasta el final, acompañando a María la Madre de Jesús a los pies de la cruz, y siendo la primera testigo de la resurrección y su mensajera (cfr. Juan 20), a tal punto que en la tradición cristiana primitiva se le llamaba la “súper apóstol”.
Estimado don Edgar, espero haberle dado un poco de luz para entender una historia que se fue “enredando”, con la intervención del Papa Gregorio Magno. Este Papa quería proponerles a las vírgenes consagradas, un triple modelo: de conversión y entonces presentándoles a la persona de la pecadora de que nos habla San Lucas; de sincero y profundo cariño hacia la persona de Jesús, a quien identifica con María de Betania, la hermana de Lázaro (cfr Lc 10,38-42); y un modelo de mujer fiel hasta el final, y mensajera de la Resurrección, identificándolo con la persona de María Magdalena. A las tres las identificó con un mismo nombre, precisamente con el de María Magdalena.