A lo largo de los veinte siglos de nuestra Iglesia, se ha hablado de numerosas apariciones de la Virgen María, aunque la Autoridad eclesiástica haya aprobado muy pocas de ellas… Sin embargo, en las últimas cinco o seis décadas se está dando lo que los expertos en mariología llaman, “verdadera fiebre de apariciones y de mensajes marianos”. Con ocasión de estos ya seis meses de dolorosa experiencia por la pandemia causada por el Covid-19, pareciera que esta fiebre ha aumentado.
Recuerdo aquí, aunque brevemente, los criterios para discernir una posible verdadera aparición.
- La persona a la que la Virgen se le aparece y le habla, tiene una vida cristiana y moral muy elevada. Bastaría pensar en Santa Bernardita, en el caso de Lourdes o en los Santos niños Francisco y Jacinta en Fátima. Los videntes son personas limpias de corazón, incapaces de mentir, como son incapaces de sacar provecho personal del supuesto “privilegio” de las apariciones. Son personas que, en general, han experimentado, particularmente después de las apariciones, grandes sufrimientos e injustificadas incomprensiones. Su vida espiritual, con las manifestaciones de María Virgen, ha ido creciendo, llegando a una extraordinaria madurez cristiana (santidad).
- Las apariciones se presentan como “encuentro personal”. María Virgen trata con delicadeza y con sorprendente respeto a los “videntes”; se adapta a ellos, a su cultura, les habla en su idioma familiar, facilitando así un diálogo cercano y hasta cariñoso.
- El mensaje o mensajes que la Virgen les comunica siempre está en plena consonancia con todo el conjunto de la doctrina cristiana, transmitida por la Iglesia. Nunca esos mensajes han pretendido “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino, que tienen como fin, impulsar y ayudar a los cristianos a vivir más plenamente algún aspecto de nuestra fe.
- Los videntes, a pesar de los obstáculos que inicialmente encontraron en la misma Autoridad eclesiástica, siempre se han mostrado del todo dóciles y obedientes. Con paciencia supieron esperar que el hecho sobrenatural se “impusiera” por sí mismo, no tanto por lo que ellos dijeran o hicieran. Confiaron e hicieron con sencillez lo que se les decía. Prefirieron la humillación de ser juzgados “mentirosos”, a caer en la tentación de engreírse por sentirse privilegiados. Con breves palabras: en esas circunstancias, practicaron de modo heroico, la fe, la esperanza y la caridad.
La fidelidad a estos criterios ha hecho que la Iglesia, durante el siglo pasado (1900) aprobara sólo cuatro apariciones: la de Fátima (Portugal) en 1917; las de Beauraing y Banneux (Bélgica), en 1932 y 1933 respectivamente; y la de Betania (Venezuela) en 1976.
Tenemos, además, otros casos que aun no siendo oficialmente aprobados siguen teniendo numerosos fieles que los sostienen. Es el caso, por ejemplo, de Ámsterdam, Holanda, con la supuesta aparición de la Virgen María con el título de Nuestra Señora de Todos los Pueblos (1945-1949); además, del caso tan discutido, y que ha vuelto a ser estudiado, de Garabandal (España) entre 1961-1971.
Por todo lo que hemos recordado hasta aquí, estimado don Henry, le aconsejaría no tomar en serio lo que anda circulando en las redes sociales acerca de “otras” apariciones y de “otros” mensajes. Son tantos y tales, que se está hablando de “apocalíptica mariana”, en cuanto que sería la Virgen María la que nos está dando mensajes acerca de desgracias, desastres ecológicos, de guerras, enfermedades y hasta del … próximo fin del mundo. Todo eso no puede concordar con los mensajes de esperanza y de consuelo que nos llegaron por medio de las apariciones aprobadas. No olvidemos, que los mismos mensajes y “secretos” de Fátima, en que nuestra Señora nos informaba de situaciones dolorosas, sin embargo, en su conjunto, sabemos que son mensajes de esperanza: la Virgen les anunció a los pastorcitos que pronto la guerra terminaría (Primera Guerra Mundial), y que… su Corazón Inmaculado triunfaría. Nada pues, de mensajes de desesperanza y que pueden fomentar la imagen de un Dios no misericordioso.