Sigamos pues, pidiendo por todos nuestros difuntos, no considerando el modo conque han terminado su peregrinar por este mundo. ¡El juicio le pertenece exclusivamente a Dios!
Si ahora quisiéramos hablar del suicidio en general, conviene tener presente lo que de él han afirmado los mejores psicólogos que se han dedicado a estudiar este doloroso hecho. Actualmente es más frecuente que en el pasado, en Costa Rica, como en otros países. Un ejemplo: en plena época del Covid-19 se nos informó que en Japón, en un día las muertes por suicidio, eran más numerosas que las muertes por el Covid…
El suicidio, -nos han repetido los psicólogos- es un “misterio, como lo es también la enfermedad mental. De las dos realidades desconocemos las causas que, en cualquier caso, son múltiples”. Con eso, sin embargo, no cabe afirmar que toda persona que se suicida sufra de una enfermedad mental. Y tampoco es correcto asegurar que alguien se suicida, por ejemplo, por un inesperado diagnóstico de un cáncer terminal, o por una inesperada ruptura sentimental… Éstas y otras circunstancias pueden cooperar a que alguien decida “suicidarse”, pero no son las causas determinantes. Es más correcto decir: tal persona, cuya situación personal, social o psicológica (por ejemplo, de depresión) optó por suicidarse… Es precisamente aquí, que nos “topamos” con el misterio… Surge la pregunta: ¿y por qué optó, por qué decidió suicidarse? La pregunta queda sin respuesta.
Es por eso que el suicidio siempre tiene un muy particular sello personal, que no cabe transferir a otros casos y no cabe entonces, generalizar su interpretación.
Es verdad que la OMS (Organización Mundial de la Salud) ha divulgado y con efecto, la afirmación de que el 90 % de los que se suicidan, sufren de una enfermedad mental. Sin embargo, los hechos dan motivo para desmentir esa tajante afirmación. Baste un ejemplo. Recordamos los resultados de una reciente encuesta en una universidad de Estados Unidos, de unos 60 estudiantes que afirmaron que habían intentado suicidarse, 85 % declararon que lo hicieron porque “la vida les parecía carente de sentido”. Y ninguno de aquellos estudiantes sufrían de ninguna enfermedad mental y, además, resultó que el 95 % de ellos desarrollaban normales actividades sociales, salían bien en sus estudios y mantenían relaciones positivas en sus familias.
Lo que les faltaba a esos estudiantes era la respuesta a la pregunta fundamental: ¿por qué y para qué vivir? O como lo formuló en su momento San Agustín: ¿De qué serviría haber nacido?
Es una gracias invaluable, estimada Laura, saber que en Cristo y sólo en Él, todo cobra su verdadero sentido. Él mismo lo ha afirmado: “¡Yo soy la Luz del mundo! Quien me sigue no anda en tinieblas” (Jn 8, 12).