Como siempre acontece en la Iglesia, su origen fue humilde, sin grandes pretensiones… En 1922, durante una peregrinación a Lourdes, Margarita Godet, joven de 23 años, enferma de parálisis, tuvo una iluminación sobrenatural y la testimonió escribiendo: “Yo entendí la belleza y la fecundidad del sacrificio”. Desde entonces, Margarita dedica toda su vida, según le permite el avanzar de su dura enfermedad, a promover y comunicar a otros su convicción, acerca del valor redentor del sufrimiento que “no escapa al amor de Dios”.
Ella murió a los 33 años, tuberculosa, el 3 de noviembre de 1932. Sin embargo, no muere la obra que ella había promovido. Ya en 1928, nace en Francia la Unión de Enfermos Misioneros, que pronto fue reconocida oficialmente por la Autoridad Eclesiástica, nombrando, además, a un primer Director, que fue Mons. D Gebriant. La Unión tenía como objetivo principal orientar las oraciones y los sufrimientos de los enfermos, que reservan un particular amor a Dios y a la salvación de todos, hacia tres fines: 1°, la santificación de los Misioneros; 2°, el aumento de las vocaciones misioneras y 3°, la conversión de cuantos aún no conocen a Cristo.
Pronto la UEM pasó las fronteras. En 1930, en Canadá, nació la Jornada del Enfermo, y en Italia se constituyó la Unión del Apostolado de los Enfermos.
Al año siguiente, en 1931, en Italia, esas iniciativas cooperaron a que se estableciera de un modo definitivo la Jornada de los Enfermos, organizada cada año por la Unión Misional del Clero, que había surgido en 1916 por obra del beato P. Manna.
Esa primera Jornada se realizó únicamente con los enfermos de Roma: se congregaron siete mil personas procedentes de asilos de ancianos, hospitales, casa de reposo, etc. El entonces Papa Pío XI, conmovido por el testimonio de tantos enfermos, aprobó la iniciativa romana y manifestó su deseo de que la Jornada del Enfermo se propagara por todo el mundo.
En 1932 fueron invitados los enfermos de toda Italia y así se reunieron en Roma unos doscientos mil enfermos… El año siguiente, el Card. Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, en nombre del Papa Pío XI, escribió una carta a la Pontificia Unión Misional del Clero (italiano) con la que se le confiaba la difusión de este movimiento en todo el mundo católico.
En 1933, la UEM fue formalmente instituida en Francia, Canadá, España, Italia… y sucesivamente en otros varios países.
San Juan Pablo II, con su encíclica misionera Redemptoris Missio (1990), le dio un nuevo impulso.
En el número 78 de esa encíclica escribió: “el valor salvífico de todo sufrimiento, aceptado y ofrecido a Dios con amor, deriva del sacrificio de Cristo, que llama a los miembros de su Cuerpo místico a unirse a sus padecimientos y a completarlos en la propia carne (cfr. Col 1, 24). El sacrifico del misionero debe ser compartido y sostenido por el de todos los fieles”.
El mismo San Juan Pablo II, en 1993, instituyó para toda la Iglesia la Jornada Mundial del Enfermo, a celebrarse el 11 de febrero de cada año, día de la conmemoración litúrgica de la Virgen de Lourdes, quien, por medio de la vidente Santa Bernardita, pidió insistentemente oración y penitencia por la conversión de mundo.
Estimada Olga, aprovechamos esta oportunidad para manifestar nuestra profunda gratitud, además de nuestr4a sincera admiración por todos los enfermos que con fe y amor y paciencia, ofrecen sus sufrimientos y penas uniéndolos a los de Cristo crucificado, que quiere la salvación de todos… ¡Cristo, Salvador del mundo, sálvanos!