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Tus dudas: ¿Cómo será el fin del mundo?

By Mons. Vittorino Girardi S. Mayo 02, 2022

“Buenas noches, padre. Yo sé que últimamente la Iglesia ha hecho un esfuerzo muy grande para que la gente esté más catequizada. Sin embargo, hay partes de las que, creo yo, no está hablando mucho. Por ejemplo, sobre la cuestión del fin del mundo, o acerca de la segunda venida de Jesús. Otra pregunta: ¿qué espera la Iglesia o de qué se trata cuando se afirma que en la segunda venida de Jesús nuestros cuerpos van a resucitar? ¿Hay alguna guía clara acerca de estos temas? ¡Muchas gracias!”

José David Alfaro A. - Guanacaste

 

- Es verdad, estimado José David, de parte de catequistas, sacerdotes y de la Jerarquía en general, no se habla mucho del “fin del mundo”, que equivale a la Segunda Venida de Jesús o Parusía. Personalmente creo que es lo que más conviene, porque el mismo Jesús ya había contestado a cuantos querían saber más al respecto. “Por lo que se refiere a aquel día y a aquella hora -les dijo- nadie sabe nada, ni los Ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo; únicamente lo sabe el Padre” (Mt 24, 36).

Cuando entonces, en algunos grupos se conjetura e incluso se afirma que el “fin del mundo” está cerca, eso es puro atrevimiento, si tenemos presente la afirmación tajante de Jesús: “por lo que se refiere a ese día, nadie sabe nada.

Aquello en que la Iglesia y sus ministros insisten, y muy justamente, es el “final” de nuestro peregrinar sobre esta tierra, que se concluye con nuestra muerte. Al respecto, debemos hacer nuestra la insistencia de Jesús acerca de la necesaria “vigilancia”: “Velen, porque no saben cuando vendrá el Amo de la casa” […] No sea que viniendo de repente, les encuentre dormidos. Y lo digo para todos: ¡Velen!” (Mc 13, 35-37).

No cabe duda: estos dos años de pandemia, dolorosamente, nos han hecho “tocar con la mano” toda la verdad de la necesaria insistencia de Jesús acerca del estar preparados para cuando, con la llegada de la muerte, Él nos llame.

Su segunda pregunta, estimado José David, se refiere a la última afirmación de nuestra Profesión de fe o Credo cristiano, a saber: creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. El término “carne” designa al ser humano en su condición de debilidad y de mortalidad. La “resurrección de la carne” significa que después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” (Rom 8, 11) volverán a tener vida (cfr. NCI 990).

Ser testigo de Cristo es ser “testigo de su resurrección” (Hech 1, 22); es “haber comido y bebido con Él después de su Resurrección de entre los muertos” (Hech 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección de la carne está totalmente marcada por los encuentros con Cristo Resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él y por Él (cfr. NCI 995).

Ahora bien: comúnmente, también de parte de muchos no cristianos, se acepta que después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual, gracias a su alma que es espiritual y por eso inmortal… Pero, ¿cómo comprender que este cuerpo nuestro pueda resucitar para una vida eterna?

Obviamente no se trata de una “vuelta a la vida”, como la que Cristo le concedió a Lázaro, su amigo, quien volvió a este mundo y aceptando necesariamente todos los límites de una vida humana terrenal.

Nosotros resucitaremos “como Cristo resucitó”, es decir, “revestidos de incorruptibilidad” nos dice san Pablo en su carta a los Corintios (1Cor, 15, 35-37).

Sin embargo, ese “como Cristo” sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe… Lo afirmamos otra vez: no hay que pensar en la “resurrección de la carne” como un volver a la vida de este mundo. Lo ha vuelto a recordar nuestro Papa Emérito Benedicto XVI en su Encíclica del 2007, Spe Salvi (Salvados en Esperanza), si tuviéramos que volver a nuestra tierra, como lo fue para Lázaro, desde el comienzo de la vida humana en nuestro planeta hasta hoy, ya no habría espacio para todos.

Lo que afirmamos con San Pablo y toda la tradición cristiana es que “unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participamos en la vida celestial de Cristo resucitado, pero conscientes de que esa vida permanece “escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 3)… Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros ya pertenecemos al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también “nos manifestaremos con Él llenos de gloria” (Col 3, 4), como leemos en el Nuevo Catecismo de la Iglesia en su número 1003.

Es por esta esperanza que San Pablo exclama “¡quiero morir y estar con Cristo!” (Fil 1, 23).

Le he indicado aquí, estimado José David lo esencial, también teniendo en cuenta el espacio disponible en nuestro Eco, pero puede usted encontrar una guía más amplia en el citado Nuevo Catecismo de la Iglesia desde el número 988 al 1019.

En cualquier caso, no olvidemos lo que ya he ido recordando, a saber: “este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del Reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, Paraíso: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1Cor 2, 9; cfr. NCI 1027). Y todo esto, objeto de nuestra esperanza, incluyendo nuestro completo ser de alma y cuerpo.

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